martes, 2 de junio de 2009

EL COMETA PLATENSE

El cosmos, ¿qué es?, quizás no haya una definición clara y concisa para saber de que se trata. Muchos dicen que cosmos es sinónimo de universo, el universo podría definirse como un espacio infinito donde están albergados varios conceptos: el tiempo, la materia, el espacio propiamente dicho y demás, como los planetas y las estrellas. Su origen data aproximadamente de unos 4.500 millones de años, y el responsable de esto fue el fenómeno conocido como “Big Bang”, dando origen al propio espacio universal y en segunda medida al planeta Tierra.
Desde ya, que en el universo que habitamos, podemos encontrar al planeta que nos alberga, la Tierra. Sobre este mundo, viven unas miles de millones de personas, pero más precisamente, en la ciudad de La Plata, en Buenos Aires, Argentina, vivía un joven muchacho llamado León Fontana, era aspirante en la carrera de astronomía en la Universidad de La Plata, hacía poco tiempo había terminado sus estudios secundarios y con mucho esfuerzo, pudo lograr el ingreso a la facultad. A pesar de tener tan sólo dieciocho años de edad, se fascinaba por el estudio de los astros y como no trabajaba, pasaba muchas horas en el observatorio, observando estrellas, constelaciones y a veces, en más de una ocasión, tenía la suerte de toparse con algún que otro quásar divagando en lo más remoto del espacio, a millones de años luz de distancia.
Cuando salía del observatorio, León aprovechaba para ir a correr por las tardes. Por las noches, se encerraba en su habitación, ponía música en el reproductor y comenzaba con la ejercitación en matemáticas, resolviendo ecuaciones diferenciales, nociones de cálculo integral y cálculo de límites, las matemáticas eran esenciales para su carrera, debido a que, para comprender cualquier fenómeno astronómico, se debían tener conceptos en física, y a su vez, para tener una buena base en conceptos físicos, era fundamental saber operar matemáticamente. Para muchos de sus colegas universitarios, estos ejercicios resultaban sumamente molestos y aburridos, pero para el propio León resultaban agradables y amenos, este tenía mucha facilidad para comprenderlos y resolverlos en un santiamén.
León, era un muchacho normal, a pesar de estar tan fascinado con la ciencia, los sábados por la noche iba a bailar, y si le era posible, los domingos iba a la cancha a ver a su equipo de fútbol, Gimnasia y Esgrima de La Plata, como era socio del club, siempre podía adquirir una localidad para ver plácidamente los espectáculos futbolísticos en su ciudad. Luego de comer un rico asado los domingos, se preparaba para ir hasta el estadio conocido como “el bosque”, hasta que su garganta se quedaba seca por alentar al equipo de sus amores. El jovén, era muy afortunado, ya que, en Buenos Aires no había ninguna facultad excepto la de La Plata donde se dicte la Licenciatura en Astronomía. Por otra parte, al salir del estadio, León miraba hacia el cielo oscuro y observaba a las estrellas, inclusive se quedaba quieto mirando al ya negro firmamento por unos cuantos segundos, mientras la muchedumbre a su alrededor salía a empujones.
León no siempre salía contento de la cancha, a veces Gimnasia perdía y su enojo se hacía notar desde la platea, a tal punto que su espíritu futbolístico se estaba por quebrantar, en parte por qué el equipo platense peleaba duramente por no descender a una categoría inferior en los torneos locales. Además, tenía por costumbre ir solo al estadio, su padre era también fanático del fútbol como él, lo desventajoso era que el señor Fontana era hincha del equipo rival, de Estudiantes de La Plata. A pesar de cualquier circunstancia, siempre se hacían bromas entre ellos, sin pasar a mayores, sin insultos ni gritos desmesurados que puedan ofender a cualquiera de los dos.
El cuatrimestre, que comenzó el primer semestre del año 2009, iba transcurriendo normalmente, León cursaba un par de materias de matemáticas y una básica de la carrera conocida como Astronomía General. Con respecto a los horarios, como bien se ha mencionado previamente, cursaba por la mañana, por las tardes se la pasaba en el observatorio de la facultad y muy pocas veces en la biblioteca, donde se preparaba arduamente para entregar algunos trabajos prácticos. Claro que, esto no era nada comparado con lo que se le vendría a futuro, con Sistemas Estelares, Astrofísica y Matemáticas Especiales. Los grandes científicos y profesionales se hacen mediante el esfuerzo, el ímpetu y el estudio, León lo sabía muy bien, de modo que, por más que a veces le resulte difícil, debía lograr un progreso positivo hacia el futuro. Sus padres, los señores Fontana, siempre le daban ánimos para lograr sus objetivos.
León comenzó a vivir unos cambios en su vida, comenzó a sufrir una serie de disgresiones luego del día 31 de mayo de 2009, ese día domingo luego de salir del estadio de Gimnasia, se detuvo como lo hacía siempre y observó atentamente al cielo, notando claramente las constelaciones pudo observar atentamente una luz en la penumbra espacial, pensaba que posiblemente podía tratarse de un quásar o de una estrella más, desgraciadamente, el observatorio estaba cerrado como para observar hacia allí mediante el telescopio. Al caer la noche, estando acostado en su cama, siguió observando el destello que emanaba por la estrellada noche bonaerense, inclusive, el propio destello nocturno brillaba un poco más que la luna llena.
Al día siguiente, León fue directo hasta el observatorio, se posó frente al telescopio y al mirar hacia el espacio exterior, no pudo captar nada extraño, no pudo identificar claramente que podría ser aquella luz que vio la noche anterior, y sin darle más importancia, comenzó a realizar un trabajo práctico para Astronomía General. El tema que había elegido se trataba acerca de los cometas, desde ya, que para él, el más famoso y alucinante era el Cometa Halley, descubierto por Edmund Halley en 1705 y observado anteriormente por Regiomontano en 1472. Este fenómeno siempre llamó su atención y nunca había podido realizar un informe o un trabajo acerca del mismo, esta era la oportunidad para mostrar toda su capacidad. Un frenesí totalmente novedoso comenzó a posesionarse de su intelectualidad, a tal punto que descubrió cosas que no sabía acerca del propio cometa, como también un dato más sobre una misión espacial llevada a cabo en 1986: la Misión Giotto, donde un grupo de astrónomos logró posicionarse casi a 600 kilómetros de distancia del cometa Halley. Por las noches realizaba este informe, siempre observando también a aquella estrella que permanecía inmóvil en el cielo desde hacía ya varios días. Era sumamente raro que todavía ese destello siguiera allí.
Unos cuantos días después, su trabajo estuvo listo para ser entregado al profesor, León le consultó al mismo sobre el destello que vio las noches anteriores. El docente, argumentaba que podía tratarse de una estrella, no sería raro ver un mismo cuerpo estelar rondar en el espacio en una sola posición, sin embargo, León no creía del todo de que se tratase de una simple estrella. La noche del 24 de junio, el destello estelar seguía como hacía casi un més, inclusive el propio León aprovechó y le pidió un deseo. Luego, comenzó a planificar el modo de poder comprobar con sus propios ojos de que se trataba aquel destello, su mente infantil, perspicaz y joven lo condujeron a tomar una medida un poco criminal, estaba dispuesto a meterse en el recinto universitario en plena noche, e iría directo y sin escalas hasta el observatorio para mirar el resplandor que sólo se hacía notar por la noche, de seguro que en el día también se hacía presente, pero no era visible ante la simple vista humana.
La noche del viernes 26 de junio, León se propuso en interiorizarse en la universidad, abrigándose bien, se las ingenió para salir de su casa sin despertar a sus padres, caminó unas cuantas cuadras bajo el frío ambiente, y por fin llegó al recinto universitario. El observatorio estaba cerrado, como era de esperarse, pero gracias a la ayuda de una sofisticada herramienta, León pudo forzar la cerradura y entrar para observar en el precioso telescopio. Lo que vio, lo llenó de emoción, pudo apreciar algo que nunca había visto en fotos ni en imágenes de computadora, era un cuerpo astronómico muy precioso, no tan grande como un planeta, pero si lo suficientemente grande como para afirmar de que no se trataba de una simple estrella, ¿Qué sería?, lo más probable es que se tratase de un cometa, a pesar de que estaba a mucha distancia de la Tierra, podía apreciarse bien.
Nuevamente, un día más llegó, León estaba tan emocionado que se dirigió hasta la oficina del rector de la Universidad de La Plata, su visita se dio debido a que él le mencionó a que vio ese destello en el telescopio, además necesitaba la ayuda de un experto en astronomía para que pueda dar un veredicto concreto y definir de una vez por todas a que tipo de objeto astronómico pertenecia el resplandor. Lo frustrante para León Fontana, fue que esa noche, un grupo de docentes de la universidad observaron por el telescopio y aquel objeto ya no se veía, León se preguntaba como era posible que el destello se haya desplazado, no lo podía creer, hasta que por fin tuvo que hacerlo cuando vio también que solamente unas cuantas estrellas se veían a través del telescopio.
Unos cuantos días más pasaron y León se sentía un poco avergonzado, a tal punto en que algunos de sus compañeros de clase comenzaron a burlarse un poco de él. Sin embargo, a palabras necias oídos sordos. La noche del día 2 de julio de 2009, León observó desde el telescopio aquel destello, lo peculiar era que, ahora el resplandor estaba un poco más cerca, es decir, se podía ver más claramente que la vez anterior. El joven se estremeció un poco debido a que comenzó a conjeturar que fuese lo que fuese esa cosa espacial, estaba cada vez más cerca de la Tierra. El se preguntaba: ¿Qué es ese resplandor?, observando claramente notó que en la parte trasera, el destello brillaba gracias a una especie de cola, una cola un poco resplandeciente y con colores muy vivos, León ya no tenía dudas sobre lo que veía, pensaba dos cosas, o bien era un meteorito, o a lo mejor un cometa.
Nuevamente, León se dirigió hasta las autoridades universitarias, ahora como aquel desconocido fenómeno estaba más cerca de la Tierra, los expertos observaron por el telescopio del observatorio otra vez. El licenciado Herrera, un destacado profesor de Astrofísica y Matemáticas Especiales, se sorprendió al ver lo que sus ojos captaron, estaba casi temblando, el terror no siempre aparece por las noches ni en la oscuridad, en este caso aparecía a plena luz del día, Herrera, en un acto de locura total, pegó un alarido sumamente agudo. El rector, León y los demas docentes que estaban quietos en el observatorio se cuestionaron el por qué de tanto escándalo, inclusive, el propio León estaba con mucha bronca por qué no le creyeron desde un principio. El propio Herrera dejó el telescopio y les dijo a los demás que lo mejor era abandonar todo, aquel fenómeno que se aproximaba era sin dudas un cometa, hubiera sido más afortunado que fuese un simple meteorito, pero la Naturaleza había traído el primer cuerpo astronómico, también hubiese sido mejor que se tratase de un quásar. Herrera deambulaba para todos lados, estaba nervioso, el rector le preguntaba que era lo que en verdad ocurría y el propio licenciado no tuvo más opción que decir lo que vio. El licenciado Herrera, por tercera vez dijo que lo que se proyectaba a través del telescopio era un cometa, pero no un cometa común y corriente, lo mismo opinaba León al ver nuevamente por el artefacto, esa forma, se le hacía familiar, era algo que había visto previamente, hacía no mucho tiempo. León nuevamente pensaba: ¡No puede ser!, ¡Por Dios, como no me di cuenta antes!. La ciudad está en grave peligro, crease o no, la ciudad de La Plata debía ser evacuada cuanto antes, aquel cometa…se trataba del Cometa Halley, ¡¿Cómo era posible?!, no había explicación, el mismo había sido visto en las órbitas terrestres en 1986, y el próximo perihelio no debería darse hasta el año 2061, el cometa estudiado por Edmund Halley tardaba aproximadamente unos 74 o 75 años en volver a verse.
Para el mal augurio de todos, ya era demasiado tarde, sin un equipo sofisticado y con la gente corriendo por doquier, entrando en pánico y demás, no hubo más que hacer contra aquella amenaza, un final fétido era inminente, el futuro solo traía caos, destrucción y muerte. León estimó que todavía faltaba una hora antes de que el cometa choque de lleno contra la ciudad de La Plata, mientras pensaba con una cuchilla en su mano derecha: ¿Qué fue lo qué salió mal?, ¿Por qué el Cometa Halley fue visto ahora en 2009 y no en 2061 como era previsto por la ciencia?, no había explicación alguna, ni siquiera una explicación lógica, lo catastrófico era que el miedo apareció de lleno, a tal punto que León entró en pánico y no pudo más con su propio ego, este tomó la horrible decisión de hacerse un corte abdominal con su arma blanca, decidió que eso era lo mejor a sufrir una muerte tortuosa y desconocida por parte del cometa, del Cometa Halley, que en un acto yuxtapuesto, destruyó toda la ciudad de La Plata, la cual en un momento determinado de la historia, fue capital de la Provincia de Buenos Aires.

FIN

EL DESPRECIADO ARTESANO

La vida, es una experiencia que transitamos, es el sendero por el cual los seres vivos, tanto personas, como animales, vegetales y minerales caminan día a día. Algunos de ellos permanecen inmóviles, como los dos últimos. En cambio, los animales y los seres humanos, necesitan otro tipo de cosas para mantenerse a pleno y equilibrarse día a día. Los pertenecientes a la fauna por ejemplo, necesitan cazar para poder alimentarse, así como también llenar los estómagos de los otros miembros de sus respectivas manadas. Por último, llegamos a los hombres y las mujeres, en la vida, día a día deben sobrevivir, ello se logra gracias al trabajo y a un buen estudio, de hecho también existe la posibilidad de que a alguien le toque nacer bajo la varita mágica de Dios y quizás lograr ganar la lotería o algún “jackpot” en el bingo o en el casino. Como dicha suerte no era apta para todos, no quedaba otro remedio más que ajustarse al empleo y al estudio. Este era el caso de una persona llamada Susana Hernández, una residente del área boreal de la provincia de Buenos Aires. Era una chica joven, tan sólo tenía unos veintisiete años de edad, cabello negro lacio y largo el cual llegaba hasta la cintura, ojos oscuros, de un color parecido al azabache, pero que no alcanzaba a tal magnitud en dicho colorido. Tez trigueña, y una contextura física delgada, era una dama sumamente atractiva, atraía a cualquier clase de hombres, sea cual fuere el gusto particular de cada uno de ellos.
Susana, se dedicaba al estudio, había comenzado a estudiar la carrera de abogacía, por otra parte, ella se destacaba como miembro de la policía científica del conurbano bonaerense. Todo el día andaba muy ocupada, a la hora en la que brillaba el sol, siempre y cuando no fuesen días nublados, ella iba a sus cursos en la facultad de derecho, ubicada geográficamente en la Capital Federal, un tanto lejos de su casa. Durante la noche, trabajaba en los peritajes para la propia policía, esto lo hacía la gran parte del año. Al estar tan atareada con tantas cosas, no disfrutaba de grandes cosas, no tenía novio y muy esporádicamente salía los fines de semana, debido a que a veces aprovechaba el sábado y el domingo para descansar.
Por la mañana, se duchaba, se vestía e iba directamente hasta la parada del colectivo, directo y sin escalas para la universidad, como era el viaje era un poco largo y tedioso, aprovechaba para leer cuentos de terror, los cuales le encantaba, en su momento estaba sumamente fanatizada con los relatos de Robert Bloch y de Howard Phillips Lovecraft. Siempre, daba la casualidad que encontraba un asiento individual para leer muy cómodamente, además de que siempre se sonrojaba ante la dulce mirada que emitían ciertos caballeros que viajaban junto a ella en el transporte público. Al bajar de aquel autobus, siempre estaban esos desubicados que le decían cualquier tipo de groserías, las cuales ella ignoraba con suma franqueza y negatividad, en ese momento siempre se acordaba de un dicho popular, el cual dice: “A palabras necias oídos sordos”. Su presencia impetuosa y femenina, hacía emanar ríos de saliva de la boca de cualquier hombre, además, siempre los conductores que iban por una de las tantas avenidas porteñas tocaban sus bocinas para llamarle la atención.
Las clases en la facultad eran un poco aburridas, como era obvio se tocaban temas relacionados con las leyes, la constitución nacional, y todo ese tipo de temáticas. A tal punto que más de un alumno se quedaba dormido, debido a los sermones que daba el respectivo profesor a cargo de la clase. Como cada quién era responsable de sus propias actitudes, el maestro seguía su curso normal de la clase, sin darle importancia a los que iban a deambular en el mundo onírico a través de sus pupitres.
A la hora del almuerzo, era la hora de irse de nuevo para su hogar, Susana viajaba a la vuelta con unos compañeros, los cuales se bajaban en distintas localidades de Buenos Aires, ella era la última en descender, ya que era la persona que moraba más lejos entre su pequeño grupo de amigos universitarios. Durante el viaje en colectivo, sus amigos hablaban de cualquier tema en particular, inclusive le preguntaron a Susana si nunca había oído hablar sobre un personaje perteneciente a una clase de mito urbano, el nombre de aquella figura correspondía al nombre de Benjamín Izquierdo, era un hombre sumamente feo, al parecer se creía que practicaba alguna que otra clase de brujerías, los cuales traían ciertos enigmas de alquimia. Algunos locos argumentan y piensan que ese hombre, tenía unos trescientos años de edad, pero mantenía su figura a una vejez respectivamente igual a la de un tipo de setenta u ochenta años de vida. Debido a su fealdad, la gente lo despreciaba de manera hostil. Sus amigos, le comentaron que aquel anciano residía en las cercanías de su casa, pero que al parecer nadie lo vio en la vida.
Al oir esto, Susana se reía a la par de sus compañeros. Parecía un relato que se les contaba a los chicos, ella les hizo saber que siempre vivió en su misma casa, y que nunca había sentido jamás nombrar ni ver a aquel brujo o alquimista. Un rato después, ya todos sus compañeros de clase habían descendido del colectivo, como todavía faltaba mucho para que ella llegue a su destino se puso a leer nuevamente los relatos cortos de Lovecraft, hasta que unos cuarenta minutos después, se bajó del colectivo para ir a su casa.
Al caminar por las calles aledañas de su barrio, varios vecinos del vecindario estaban reunidos, todos asentados en masa, y al parecer, discutiendo sobre algo anormal, ella se acercó y le preguntó a una señora de que se trataba todo esto. Al parecer, encontraron a un joven muchacho, temblando, sentando en posición fetal, con los ojos bien abiertos, repitiendo una y otra vez sin parar: “por Dios santo”, cada vez se volvía más y más pálido. Los linderos, creían que habría sido víctima de una especie de ataque por alguien, pero su cuerpo no mostraba señas de ninguna clase de herida o rasguño. Al estar tan alterado, fue trasladado a un centro de salud en el interior de una ambulancia que llegó a los pocos minutos. Ni bien partió aquel vehículo destinado para los servicios de salud, la muchedumbre se disipó rápidamente. Susana, fue la última en desplazar sus pies para abandonar aquel lugar. Mientras caminaba a su cercana casa, sobre una esquina vio una luz sumamente brillosa, como los resplandores lumínicos que nos brinda el sol. Intrigada, decidió ir hasta allí, al llegar a aquella esquina, la luz desapareció dando lugar a una confusión que luego se vio neutralizada, ya que, dicho resplandor nuevamente apareció un poco más a la distancia, sobre una vieja casa abandonada. A pesar de que la repulsión y el asco invadieron su interior, ella se acercó hasta allí, estaba posicionada sobre una vieja casilla en ruinas hecha de madera, pero sus cimientos estaban arruinados, la madera estaba carcomida debido a las lluvias, y unas chapas metálicas sobre el techo, todas oxidadas por el paso del tiempo. Como nadie moraba allí, Susana se adentró en aquel recinto, pasando en primer lugar por un terreno baldío, luego, llegó hasta la entrada principal de la vivienda, la cual no tenía puerta y estaba al descubierto para cualquier persona que sienta los deseos y las ansias de ingresar por allí. De modo que la propia señorita Hernández, impulsada por su intriga, entró por allí, la luz ya no se vía, había desaparecido. Con su cabeza mirando para todos lados, se impresionó por ver esa casa toda destruída, sin nada, ni siquiera el más mínimo de los recuerdos, fotografía o algo similar para almacenar en las profundidades de las mentes humanas. Sin nada más que hacer allí, Susana tomó la decisión de abandonar la vieja vivienda, todo indica que fue víctima de una alucinación o algún desengaño del sistema nervioso. Antes de que su cuerpo estuviera en las afueras de la casa, la luz volvió a aparecer, siguiendo su rastro, ella dio con otra parte de la vivienda abandonada, este lugar se ubicaba en la parte trasera. Caminando, se topó con una piedra muy pesada sobre el césped, la cual le fue muy difícil de mover, pero pudo conseguirlo gracias a todas sus fuerzas, al destapar la grán incógnita que ocultaba la piedra, la propia señorita Hernández se sorprendió, notó que sobre el piso del verde césped yacía un agujero con una pequeña escalera manual que daba hacia un tipo de catacumba o cripta subterránea.
Dando una tregua de alivio corporal a sus brazos, tomó un poco de aire, ¿debería descender por aquel hoyo descubierto?, ella tenía sus dudas, los nervios y la curiosidad la atormentaban, como por supuesto, también un miedo aterrador e indescifrable. Se dijo así misma que ya había llegado hasta este lugar, por ende, decidió abrirse paso hasta el inferior del agujero, agarrándose bien fuerte de la escalera manual, posicionando primero las manos y luego los pies. Comenzó a descender con suma cautela por miedo a resbalar y llevarse como premio un gran y feo traumatismo en alguna zona de su pequeño y delgado cuerpo. Caminando de a poco, notó que estaba en un pasillo corto, con luces en sus costados y en la parte superior del mismo. Sus piernas temblaban a tal modo que le costaba permanecer en un ciento por ciento en pie, tambaleaba cada vez que daba uno o dos pasos hacia delante. Escuchó una serie de sonidos, los cuales la hicieron asustarse un poco, uno de aquellos ruidos la hizo sobresaltar, ya que oyó como alguien, abría una puerta que estaba a lo lejos, pero a la vez cerca de Susana. La propia señorita Hernández corrió alterada por miedo a encontrarse con alguien, de modo que se echó a correr y rápidamente subió por la escalera manual y al llegar a la superficie tapó el agujero nuevamente con la roca. Calmando un poco su espíritu, se fue corriendo de allí, directo hasta su casa.
La señora Hernández, madre de Susana, la vio muy alterada, le preguntó que había pasado, pero ella sin dar muchas explicaciones se dirigió hasta su habitación, prendió la vieja computadora que tenía y al instante se conectó a internet. Por su mente pasó aquella historia que le habían narrado sus amigos, la de Benjamín Izquierdo, por lo cual se puso a investigar sobre él. Sentada sobre su cómoda silla de estudio, sus ojos se vieron sorprendidos por la cantidad de información que leían, este hombre, había nacido aproximadamente en 1750, y fue uno de los tantos criollos que tuvo la nación por esos años, trabajó como artesano durante su madurez, confeccionaba artesanías e inclusive su pasión por el arte era tal que fabricaba armas, sillas de montar y vestimenta de cuero. Resumiendo un poco, no se sabía bien como había muerto, nunca encontraron el cuerpo, ni rastros de cenizas ni de su esqueleto. Según algunas fuentes, fue hallado sin vida sobre la región española de Asturias, pero esto desde ya que era una magna duda antes que una certera realidad. El dato que le llamó la atención a la señorita Hernández fue que efectivamente, sus amigos tenían razón, aquel hombre llamado Benjamín Izquierdo vivió muy cerca de su casa. Estas fuentes cibernéticas, no especificaban de ningún modo datos reales, todo estaba caratulado como un simple “mito urbano porteño”, por lo cual, cualquier ser viviente debería despreocuparse por la existencia de un personaje con estas características. Luego de su investigación, Susana apagó la computadora, se dio una ducha y almorzó. Durante la tarde, estudió un poco sobre sus clases de derecho y durmió una efímera siesta para recuperar un poco de energía, pensando y pensando sobre aquel pasaje subterráneo detrás de esa gran roca. Al despertar, se alistó para ir hasta su trabajo en la policía. Se despidió de sus padres y salió rápido, como alma que se lleva el diablo. Haciéndose un cierto tiempo, volvió hasta la vivienda abandonada, hasta la gran roca. Esta vez lo que encontró fue una caja un poco grande, envuelta en modo de regalo con un lindo papel de forrar e inclusive un gran moño de color rojo carmesí. Como no era de su propiedad, Susana se veía en la duda de llevarse el regalo, ilusamente, lo tomó y sin que nadie la viera se alejó de allí, hasta la parada del colectivo, el cual la depositaría sobre su trabajo.
Durante esa noche, notó con sumas ganas aquel paquete, el cual estaba sellado y era dificultoso abrirlo con los dedos desnudos, no quedaba remedio más remedio que forzarlo con alguna herramienta, la cual Susana no poseía en aquel momento, por lo cual su mente se volcó pura y exclusivamente al trabajo. Su jefe, le comunicó que al día siguiente irían hasta el lugar donde un accidente había dado lugar unos días antes sobre el sur del conurbano bonaerense. Ella aceptó de la mejor manera, de todos modos, era su trabajo y no le quedaba otro remedio que dar el sí ante ese petitorio. Bebiendo café, realizando sus respectivas tareas y mirando sin cesar ese paquete, aquella noche laboral murió en la medida que los rayos solares caían sobre el ambiente de la mañana.
El alba se hizo notar, era hora de que Susana deje su trabajo para volver a casa, ese día por suerte no tenía clases en la facultad, por lo cual, abordó el colectivo con el paquete en sus manos, y al llegar a casa, le pidió a su papá unas herramientas para abrirlo. Su padre buscó en una vieja caja y le cedió un martillo un tanto pesado, con el cual haciendo palanca, ella pudo de una vez por todas abrir el dichoso y gran envoltorio. Al abrirlo, se sorprendió un poco, ya que el obsequio contenía un chaleco antibalas, era como si el destino le regalase algo relacionado con su trabajo. Decidió probárselo, aquella armadura protectora le encajaba perfecto en su abdomen, por lo cual decidió dejárselo puesto para ir a donde la había citado el jefe.
En aquel lugar, ubicado en la zona austral bonaerense se llevaba a cabo un peritaje, se juntaban pistas sobre el asesinato de una chica adolescente. La tarde estaba calma, mansa como un gatito, hasta que de pronto, desde lo lejos se oyó el disparo de un arma de fuego, el cual dio de lleno sobre el pecho de Susana, haciéndola caer al piso. Los uniformados se alertaron por tal situación, tomaron posiciones, y al ver que había una serie de delincuentes a lo lejos respondieron con hostilidad, se llevó a cabo un enfrentamiento, en el cual los maleantes fueron abatidos, uno mediante un disparo en la cabeza, y otro, quién fue el que ejecutó el primer balazo hacia Susana, falleció mediante el impacto de cinco tiros en su estómago. Ambos sospechosos, no poseían armas de fuego comunes.
El jefe de las operaciones, de inmediato llamó a una ambulancia, indignado por tal horror al ver a Susana Hernández tirada allí sobre el duro pavimento. Después de unos cinco o seis minutos, ella se despertó increíblemente, a tal modo que sus colegas quedaron plagados en la quietud. Luego de despertar, se incorporó como si nada le hubiera pasado, el líder de las operaciones policiales le dijo:

_ ¡No lo entiendo!, esa bala debería haberte matado, no era una bala ordinaria, estos chalecos no resisten impactos de proyectiles balísticos como este, ¡Es increíble!.

Susana, tampoco entendía mucho sobre el tema, pero estaba agradecida a Dios por estar viva e ilesa. Al dar el primer paso luego de ponerse de pie, una carta misteriosa cayó desde su chaleco antibalas encontrado en la casa abandonada, de modo que recogió el sobre y lo abrió, lo que alcanzó a leer fue lo siguiente:

“Querida y estimada Susana Hernández, te dejo aquí un pequeño presente de mi parte, he sabido bien que tu trabajas para la policia, por ende, este regalo irá bien a tus necesidades, espero que te guste y que puedas utilizarlo al máximo. Quise regalarte esto debido a que fuiste y eres la primera persona que ha vuelto a visitarme a pesar de haber sufrido un pavoroso miedo. Nadie, excepto tu, ha vuelto a mi morada, y los pocos que me vieron huyeron aterrados, como si hubieran visto un espectro o incluso un monstruo, tu no me viste desde ya, pero venciste tus miedos internos y es por ello nuevamente, que quiero obsequiarte esta armadura especial. Sin más nada para decir, me despido de ti con un gran cariño.
Tu eterno amigo.
Benjamín Izquierdo, “el despreciado artesano”.
FIN

ERITHACUS RUBECULA

En tiempos ancestrales, la civilización griega atravesaba serios momentos de guerra contra el imperio persa. Los historiadores las llamaron las “guerras médicas”, donde grandes batallas se liberaban para dar paso a las conquistas de nuevas tierras, los helénicos se veían azotados por las fuertes oleadas que ofrecían las tropas armadas de Darío I, su ejército constituía un número mayor al millón de unidades militares.
El día previo a la famosa batalla de maratón llevada a cabo supuestamente el día 12 de septiembre de 490 a.C, un joven guerrero llamado Taecris, estaba sentado a orillas del mar Mediterráneo, con suma paciencia y tranquilidad, entrenaba con su pequeña espada corta lanzando golpes al aire, como hacía calor, su larga cabellera emitía unas cuantas gotas de sudor. Este caballero, era de alta estatura y su musculatura podía apreciarse a la distancia. Por su mente sólo pasaba el hecho de que el día de mañana debería toparse cara a cara con la muerte. El propio Taecris, tenía experiencia en batallas, gracias a la iluminación de los dioses había sobrevivido a dichos ataques, sin embargo, el día de mañana, sería el peor enfrentamiento de su vida, él lo sabía muy bien.
Taecris, vivía con su esposa, una muchacha joven como él, su oficío se basaba en la fabricación de artesanías, también, se dedicaba a las actividades económicas caseras, al ser un matrimonio tan jovial, todavía no tenían hijos. Irina, era el nombre de la amada de Taecris. Mientras su esposo practicaba las disciplinas bélicas con su espada, ella rezaba plenamente a un pequeño monumento dedicado a la diosa Hestia, patrona de los hogares, así como también rendía culto a Zeus.
Llegó el atardecer, como la luz del sol ya era efímera, Taecris decidió suspender su práctica disciplinaria. La propia Irina lo esperaba en su casa, era ya la hora donde se sentaban a cenar. Ambos permanecían en silencio, la desesperación acechaba sobre ellos y no sabían bien sobre que tema hablar. La propia Irina rompió el silencio con unas cuantas lágrimas. Taecris, abrazándola la consolaba, mientras, besaba su cabeza y sus mejillas para calmarla, ella por su parte, lo abrazaba cada vez más, no quería dejarlo ir por nada del mundo al enterarse según ciertas fuentes de que los persas estaban muy cerca del poblado ateniense. Irina, entre llantos y sollozos dijo:

_ Taecris, amado mío, no vayas a pelear, tengo mucho miedo de que pueda pasarte algo malo.

Con un poco de decepción y pocos ánimos, Taecris respondió:

_ Irina, yo te amo más que a nada en este mundo, tu lo sabes bien. Sin embargo, no puedo fallar a mi deber como soldado, los dioses han querido que yo sea un hoplita de alto rango, por eso debo ir a luchar, créeme que si pudiera no lo haría, te pido que por favor ores tus plegarias por mi y por mis compañeros.

Irina lloraba cada vez más y más fuerte, no tenía consuelo alguno. Taecris seguía abrazándola, la tomó de su mano y se dirigieron hasta su habitación, seguramente era la última vez que harían el amor en aquella tranquila noche europea. El amor se vio proyectado inmensamente sobre sus almas, era la mejor despedida que ellos podrían brindarse. Luego de que la pasión se volatilizara por el aire, ambos se quedaron dormidos. A la mañana siguiente, Taecris se despertó debido al hermoso canto que emitió un pequeño petirrojo sobre el tejado de la casa. Irina seguía durmiendo, con un leve ósculo, Taecris se despidió, se colocó su peto, su yelmo, sobre su espalda cargó una rodela y envainó su espada en su cintura. Al estar en el exterior de la morada, se dirigió hasta su establo ubicado a pocos metros de allí, se montó en su hermoso caballo blanco y se dirigió hasta el centro principal ateniense. Le tomó aproximadamente una hora llegar hasta allí. Ni bien llegó a su destinó dejó al equino sobre un cobertizo de la ciudad. Miles de hombres estaban reunidos, al frente del gran pelotón, se encontraba Milcíades. La muchedumbre arrojaba flores, mientras que en cambio, los soldados partían, algunos para no volver jamás al mundo de los vivos, irían directo y sin escala hasta el misterioso mundo de Hades. Un largo rato después, las tropas griegas ya estaban fuera de Atenas, lejos del alcance de sus ciudadanos.
La batalla no se hizo esperar, los persas comenzaron a atacar, los griegos resistían, eran inferiores en número, pero no inferiores en espíritu, las falanges iban por el frente, los arqueros parados sobre las laderas helénicas, apuntando sus arcos hacia el sol para que las dichosas flechas atravesaran cualquier coraza enemiga. Una estratagema desde el centro hacia un extremo angosto del campo hizo que los persas retrocedieran. Una gran confusión por parte de los soldados asiáticos los obligó a retirarse de allí, habían perdido muchos hombres en el enfrentamiento armado. Contentos por la gloria, los griegos comenzaron a festejar, Milcíades emitío un grito:

_ Filípides, ven aquí. Ve hasta Atenas y anuncia nuestra victoria, ¡Vamos, corre!

Aquel emisario, corrió como alma que se lleva el diablo, gracias al cielo, el joven Taecris, no había sufrido daño alguno, sin embargo, Milcíades les ordenó que sigan adelante, para cubrir más terreno de batalla. Mientras tanto, aquellos hombres veían como los persas, reducidos en número huían por el mar Egeo rumbo hasta su arraigado imperio al otro lado del viejo continente. El propio Milcíades, nombró líder a Taecris de un pequeño pelotón, ellos se encargarían de vigilar las áreas boreales, mientras que otra patrulla vigilaría el área sur de Grecia. En el mismo instante que recibió la orden del glorioso general, los hombres liderados por Taecris se dirigieron en dirección hacia el norte, con sus lanzas, escudos y armaduras.
La noche ya estaba encima de aquellos guerreros, sobre el césped prendieron una pequeña fogata, un soldado experto en arquería había cazado un par de liebres para que pudieran comer, la velada era sumamente enérgica, todos reían y comentaban sobre la batalla de ese día. Al consumirse totalmente las llamas del fogón cayeron molidos al suelo debido al sueño que les provocó el desgaste corporal que habían sufrido durante todo el día.
El alba, tan hermosa como una ninfa marina, se hizo notar en aquel nuevo día, los guerreros se levantaron de su largo sueño, comenzaron a caminar a paso lento nuevamente hacia el norte. Pasaron unas cuantas horas, hasta que los soldados llegaron a la entrada de una pequeña floresta, el paisaje que podía apreciarse era sumamente hermoso, árboles de hoja perenne, musgos, flores y demás, la flora del bosque tenía la contra de que estaba tapada por la luz del sol, por ende, la visión de cualquier ser vivo se veía sumamente afectada ante cualquier circunstancia. Sin pensarlo por mucho tiempo, Taecris y sus hombres se adentraron por esa oscura y tranquila frondosidad, mirando para todos lados, en señal de alerta por si algo llegara a pasar. Unos cuantos metros en el interior de aquella flora, se sorprendieron al ver un hecho sumamente desagradable, sobre el suelo yacía el cadáver decapitado de un soldado griego, no sólo eso, sus brazos y piernas habían sido arrancados del cuerpo y arrojados por doquier a pocos metros del muerto. Taecris, indignado con este hecho ordenó a sus soldados que mantuvieran la guardia por si algún animal salvaje o algo peor acechara sobre la selva.
Un soldado exclamó con un grito:

_ ¡Señor Taecris!, en ese árbol de allí, ¡Vi algo!, se lo juro por Zeus.

Al instante, aquel vocero del general recibió un flechazo que dio justo en su garganta dándole muerte al instante, ante ese ataque sorpresivo, Taecris dijo:

_ ¡Soldados, es una emboscada, levanten sus escudos, ahora!

Los hombres griegos obedecieron al pie de la letra las órdenes de Taecris, una lluvia de flechas se originó en el bosque, los flechazos cesaron un largo rato después, al parecer había arqueros y jabalineros escondidos en el bosque. Con sus escudos en alto, los griegos avanzaban, lentamente, hasta que se echaron a correr. Los arbustos se movían, no por arte de magia, sino que en ellos había hombres armados escondidos, eran persas, y no eran hombres ordinarios, estos tipos poseían estratagemas sumamente claras para la batalla, en primera medida un grupo de lanzadores de jabalina eliminó con suma destreza a los griegos armados de arco y flecha, solo algunos hoplitas y otros soldados de infantería quedaron en pie, los mismos se vieron obligados a levantar sus escudos ante los azotes balísticos persas, esto dio lugar a que los soldados a pie enemigos liquidaran a los hombres de Taecris con facilidad, dejándolo a él solo frente a unos cuantas tropas hostiles.
Ante el pudor de ver a tantos hombres armados, Taecris lanzó un grito al cielo y comenzó a pelear defendiéndose de los azotes persas con el escudo y contraatacando con su espada de acero y liquidando a diestra y siniestra a todo persa que se cruce por el camino. A pesar de la terrible batalla que se llevaba a cabo sobre ese bosque griego, los petirrojos cantaban en la cima de los árboles. De pronto, uno de esos pájaros se fue volando, Taecris luchaba arduamente, hasta que sus ojos perdieron la claridad de las cosas.
Unos cuantos días después, Milcíades y el resto de los supervivientes griegos regresaron con honores a Atenas, todos habían vuelto a excepción de Taecris y su pelotón, por lo cual Irina, estaba sumamente preocupada. Mientras ella lavaba unas prendas en el exterior de su casa, esperando la posible llegada de Taecris, un pajarito con pecho rojo se posó sobre su mano derecha, ella lo acarició en su cabecita y sintió una sensación demasiado extraña en su interior. Sus ojos se cerraron por completo y su mente emitía una imagen terriblemente catastrófica, sentía que podía ver a Taecris luchando, de hecho pudo ver con claridad y lujo de detalles toda la batalla en ese oscuro bosque, vio a ese hombre asesinado debido al flechazo que impactó en su garganta y al resto de la infantería caer ante las hostilidades persas, pero sin dudas que su más grande tristeza se hizo notar cuando vio que Taecris fue atado a un árbol, los persas lo habían despojado de sus armas, un general enemigo le prendió fuego a una pequeña rama creando algo así como una especie de mecha casera la cual dio de lleno contra el árbol donde estaba atado el mismo Taecris, el dolor, la agonía y también el sufrimiento comenzaban a apoderarse de él, de una manera sumamente atroz, su cuerpo cada vez estaba más caliente hasta el instante en que solo quedaron sus cenizas.
Irina quedo boquiabierta y estufectacta ante tal imagen, el canasto de ropa fue a parar al suelo, ella por su parte, estaba inmóvil como el mismo coloso de Rodas al enterarse sobre el paradero de su marido. Justo en ese preciso momento, el petirrojo que vino volando a lo lejos, emitió un hermoso y corto cántico y se fue volando perdiéndose en lo más remoto del mar Mediterráneo, dejando a Irina desolada, en lo más profundo de la tristeza y melancolía.

FIN

EL ANTIGUO RELICARIO

Anacleta Torrente, una señora de avanzada edad, estaba desayunando mansamente, su cóctel matutino se basaba en te y galletitas de agua, las cuales untaba con mermelada y dulce de leche, junto a sus pies, posaba su pequeño gato, llamado Fito, el cual bebía unos cuantos tragos de leche descremada, el animalito, era el fiel amigo de la solitaria viejecilla.
A pesar de la vejez, la señora Torrente poseía una vitalidad tan grande como el Coliseo Romano o los jardines de Babilonia, incluso a lo mejor, su capacidad podría ser la envidia de cualquier persona, sea joven o mayor. La anciana no requería de ningún tipo de bastón, ni mucho menos de una silla de ruedas para desplazarse.
Más allá de cualquier tipo de hipótesis, había un joven encargado de cuidar a Anacleta, su nombre correspondía a Nicolás Buendía, un muchacho de pocos recursos, normal como todos, tenía tan solo veinte años de edad, pese a su juventud, le encantaba el hecho de dedicarse plenamente al cuidado de las personas longevas, a tal punto que en el pueblo donde residía, eran sumamente notorias las recomendaciones y los elogios sobre el joven Buendía. Su responsabilidad brillaba como las estrellas en el cielo nocturno despejado. Nicolás sentía un poco de nervios, ya que siempre le ocurría lo mismo cada vez que cuidaba a una nueva persona por primera vez.
Muy cerca de las nueve y media de la mañana, Nicolás estaba parado frente a la gran casa de la misma Anacleta Torrente. La magnitud de aquella vivienda era sumamente apreciada. La fachada estaba pintada de color ocre, a unos seis o siete metros de altura yacían clavadas firmemente las tejas del ático, pintadas de un color rojo, casí o muy similar al carmesí. En la parte trasera había un gran fondo, y en el final del mismo una especie de buhardilla para guardar objetos y recuerdos viejos, parecido a lo que uno almacena en el sótano. Sin lugar a dudas que la residencia de la viejecita, era un poco extraña, según se comenta, esta vivienda fue construida en el año 1855 aproximadamente, por lo cual su antigüedad iba más alla del siglo y medio.
La señora torrente abrió la puerta e hizo pasar al joven Buendía. Se dirigieron hasta la cocina para sentarse a desayunar, a pesar de que ella ya había consumido una infusión previamente. Nicolás la observaba con suma tranquilidad, por otra parte, la viejita ponía azúcar y yerba sobre la mesa para ir preparando el mate, luego se sentó junto a él y comenzó a hablarle.

_ Nicolás, veo que eres tu quién ha venido a cuidarme, nadie de mi familia puede hacerlo, no estoy despreciando tu labor ni mucho menos, pero es penoso saber que nadie quiere o puede cuidarme, al llegar a esta edad soy una gran molestia.

Nicolás con un poco de sorpresa respondió:

_ No, abuela, no diga eso, peor sería que se la pase sola todo el tiempo, imagínese si le llegara a pasar algo, ahora usted está bajo mi responsabilidad, quédese tranquila.

La señora le agradeció al joven por aquel gesto de amabilidad y nuevamente tomó la palabra:

_ Ya que veo que tienes buenas intenciones conmigo, te contaré una pequeña historia, tendrías el privilegio de ser el primer ser humano que oiga esta narración, nunca se la he contado a nadie, ¿Te gustaría oirla?

Nicolás argumentaba que le encantaban los relatos, así que sin perder ni un segundo más de tiempo, la misma Anacleta comenzó a hablar, antes de ello, tomó un mate.

_ La historia que te voy a narrar, Nicolás, dio origen hace unos ochenta años, cerca o un poco antes de 1929, por ese entonces las cosas eran sumamente distintas a como las vemos hoy, el país y el mundo atravesaban una gran crisis económica, la bolsa de comercio neoyorquina había caido desconsiderablemente y nadie, o mejor dicho, casi nadie la pasaba bien. Más allá de todos esos males monetarios, sobre este pueblo, una jovencita de unos veinte años de edad estaba enamorada de un joven muchacho llamado Aníbal Centenar, un novato muy distinguido sobre las temáticas en relación a la matemática y a los negocios financieros.
Los padres de esta chica, Nicolás, eran un poco estrictos, no la dejaban que deambulara con personas del sexo opuesto, sin embargo, ella y Aníbal se veían en secreto. Ella era muy feliz cuando estaba con él y viceversa por supuesto. La felicidad era tan bella que inclusive una noche hicieron el amor bajo la luz de la luna menguante, por sus cuerpos corría una pasión tan grande que inclusive la misma Afrodita no podría emanar.
La chica a la cual me refiero, era hija única, sólo vivía con sus padres y nadie mas. Una noche algo sumamente extraño ocurrió, espero que no te asustes por lo que voy a decirte. El padre de esta muchacha, notó que en su cuello tenía una marca de color morada, tu sabes me refiero al color violeta de las uvas. Al preguntarle sobre dicha mancha, la chica trató de sacar a la luz una mentira, pero como bien sabes, la mentira tiene patas cortas, de modo que, al enterarse de ese encuentro amoroso con Aníbal, el padre de la jovencita enfureció, se sulfuró demasiado, tanto que parecía una caldera a punto de explotar. La madre, salió en defensa de la chica, argumentando que era grande como para incursionar en esas temáticas amorosas, sin embargo, la furia de su padre era tan extrema, tan hostil, que de un golpe con una sartén mató a la madre instantáneamente. Sin detenerse allí, le dio una tremenda golpiza a la hija, pateándola desde el piso, la trataba de prostituta y de zorra, mientras que en tanto, ella sangraba por la boca debido a los golpes que recibía su pequeño abdomen.
Aníbal, preocupado por ella, la encontró inconsciente a la mañana siguiente junto al cadáver de su madre. Impresionado por tal horror, cargó a la chica sobre sus hombros y se la llevó hasta su propia casa. Durante la tarde, ellá despertó y le hizo saber al propio señor Centenar las atrocidades que cometió su padre. Debido a dicha declaración, fue a hacer la denuncia correspondiente a la policia. Increiblemente, la chica nunca más supo sobre el paradero de su cruel y sanguinario padre, al parecer, un hombre de similares características murió en una prisión ubicada en la provincia de Jujuy en el año 1947, las causas de la muerte en ese momento eran desconocidas, pero no me queda la menor duda que a ese mal parido lo violaron en su claustro. Sin más nada que pensar, Aníbal y aquella doncella, comenzaron a vivir una nueva vida.
No recuerdo bien, pero uno de los tantos días que tuvo el año 1929, Aníbal le había regalado un relicario a la chica, según él, lo encontró sobre uno de los bolsillos de la vestimenta de su difunta madre. La chica, por su parte, argumentaba que nunca había visto aquella pequeña reliquia circular pintada de un color similar al oro. Se juró así misma que guardaría aquel medallón como un grato recuerdo de su madre. Dicha joya, fue guardada sobre uno de los tantos muebles de madera de la residencia de Aníbal para que no se pierda jamás.
En el més de mayo de 1929, la chica se enteró de que estaba embarazada, aproximadamente su embrión llevaba unos tres meses de gestación. Conforme pasó el tiempo, la doncella dio a luz a un hermoso bebe, el cual fue bautizado con el nombre de Cristóbal. Al año siguiente, la muchacha, se vio envuelta en otro hecho desafortunado, hacía poco tiempo había perdido a su madre, ahora le tocó perder a su marido. Aníbal tomó la fétida decisión de quitarse la vida fabricando una horca casera, todo gracias a que el famoso “crack” de 1929 arruinó sus empresas, las mismas quebraron, y al verse en la bancarrota ya no quiso vivir. La joven, estaba pendiendo de un hilo, no tenía trabajo y para colmo, tenía que hacerse cargo de su precioso neonato.
Durante un cierto tiempo, pudo subsistir gracias a algunos bienes que quedaron de Aníbal, no por mucho aguantó, Nicolás, el máximo declive lo tuvo en el año 1932 cuando decidió vender el relicario para obtener algo de dinero. Una mañana, la chica fue hasta un negocio donde empeñaban objetos viejos, el vendedor de aquella tienda se quedó sumamente asombrado por la preciosidad del medallón, el comerciante era muy supersticioso, le mencionaba a la chica que no lo vendiera, traía buena suerte e incluso una sorpresa sobrenatural. Desde ya que la jovencita no creía una sola palabra, y le insistió nuevamente al vendedor para que adquiriera el medallón, sin embargo, este se negaba ante la postura de comprarlo.
Te diré, Nicolás, que ese vendedor estaba en lo cierto, a la chica le fue muy bien, pudo salir adelante frente a la crisis, su bebe creció a medida que pasaban los años, también se educó y formó su propia familia. Claro, esto fue difícil, pero pudo hacerlo, dudo que haya sido en parte al medallón, pero para los que creen en esas cosas es mejor que piensen en positivo con respecto a la reliquia.

Nicolás interrumpió el relato justo en ese momento diciendo:

_ ¡Un momento!, ¿No me diga que usted era esa jovencita?

La señora Torrente, lo miró y dijo sonriendo:

_ Veo que eres un joven muy inteligente y observador. Ahora debo terminar de contarte la historia.
Verás, Cristóbal, mi hijo, murió hace poco. Tenía casi ochenta años de edad, y un terrible aneurisma cerebral se llevó su vida. Como seguro sabrás, dentro de poco cumpliré ya un siglo de vida, observa también que en esa vitrina esta guardado el antiguo relicario de mi madre, después de ochenta largos años espero a que ese “algo” ocurra, pero por ahora seguiré esperando mientras viva.

Pasaron unas horas, era casi la hora de almorzar, Nicolás le dijo a Anacleta que a la tarde volvería, ella debido a un acto reflejo tomó el relicario de la vitrina y acompañó al joven hasta la puerta de la casa. Al salir, vieron a un hombre de aspecto rudimentario, su esencia era sumamente rara, no era como la de los humanos, conforme a esto el antiguo relicario comenzó a emitir una luz de color verde claro, mientras que la señora Torrente mencionó:

_ Ahora sí, Nicolás. Puedo decir que aquel milagro que mencionó el comerciante con respecto al medallón está cumplido. El hombre, o mejor dicho aquella silueta espectral que viene cruzando la calle, es nada más ni nada menos que mi amado Anibal Centenar.

FIN

EL ESPEJO

Por las mañanas; Dorian, un joven muchacho de veinticuatro años de edad, estatura mediana, pelo castaño, ojos verdes y de apariencia robusta, acostumbraba a mirarse al espejo que colgaba en las paredes de su habitación.
Este ritual lo practicaba durante todos los días a la hora del amanecer, le encantaba contemplarse y observarse atentamente para subirse el autoestima, sin dudas que apreciaba mucho aquel espejo que su abuelo Clifford le había dejado de herencia hacía ya tres años.
Dorian llevaba una vida plenamente normal como cualquier muchacho joven lleno de vida de esa edad, estudiaba Matemáticas en la universidad e incluso trabajaba en una fábrica como operario, ensamblando repuestos para el armado de vehículos y automotores.
Durante la semana esta rutina lo atrofiaba y lo desgastaba tanto física y emocionalmente. Richard, uno de sus mejores amigos, sino mejor dicho el mejor compadre que tenía siempre, lo llamaba por teléfono los viernes por la noche, incluso en la semana le mandaba algún que otro e-mail para ver como estaba. Durante las charlas telefónicas organizaban planes para ir de parranda los sábados por la noche. A pesar de la vagancia que poseía el propio Richard, siempre se ajustaba a la realidad de Dorian, además de que siempre se las ingeniaba mediante alguna escaramuza para conseguir algo de dinero y así salir a divertirse los fines de semana.
Dorian por su parte, era un joven bastante solitario a nivel sentimental, hacía siete años que había roto sus compromisos con aquella chica que salía, una joven muchacha de cabello castaño, ojos marrones y muy bonitos, su relación había sido hermosa, hasta que terminó, y desde entonces, Dorian jamás pudo volver a establecer un vínculo comprometedor con ninguna otra mujer, nunca más supo como lograrlo. Siempre se preocupaba por otras cosas y su corazón quedaba muy al margen de todas las temáticas de su vida.
El viernes por la noche, Dorian recibió un llamado telefónico, quién llamaba era nada más ni nada menos que su amigo Richard. Este se había enterado de la apertura de un nuevo complejo bailable por el pueblo y su objetivo era invitarlo de buena gana a Dorian para que de este modo los dos conozcan el boliche. Por otra parte, el mismísimo Dorian no era de salir a bailar, le gustaba divertirse de otro modo, pero esa vez cedió ante las insistencias de su particular y carismático amigo.
Richard acordó que iría a la casa de Dorian a cenar, escucharían algo de música y luego partirían para el nuevo boliche. Al finalizar la cena, ese mismo sábado, Dorian fue directo hasta su cuarto a cambiarse la ropa, se miraba una y otra vez en aquel viejo y gran espejo. Con un poco de gracia, Richard le decía:

_ ¡Estás fascinado con ese espejo! Lo quieres más que a tu propia madre.

Dorian con una pequeña sonrisa dijo:

_ Si, este espejo me encanta, parece ser muy valioso “Rick”, es antiquísimo. Tiene algo intangible que me genera mucha atracción por él. A lo mejor exagero pero puedo decirte que estoy como enamorado de esta gran reliquia.

Era casi medianoche, Richard y Dorian estaban preparados para ir a divertirse en aquel nuevo lugar. Los dos estaban muy bien vestidos, olían muy rico debido al perfume importado que Dorian compraba en esas lujosas tiendas de perfumería. Quince minutos después llegaron al lugar, habían abordado un taxi que los dejó en la entrada principal del nuevo antro. Cuando llegaron se sorprendieron por la gran cola que había para sacar las entradas e ingresar al lugar, al ser una atracción novedosa, la gente de aquella pequeña ciudad sentía una gran curiosidad por ver las alegrías que podían llegar a encontrar. En la fila había gente de todas las edades que uno pudiera imaginar, desde ya que era un gentío que superaba la edad acorde para ingresar al recinto bailable.
Alrededor de la una de la madrugada Richard y Dorian pudieron ingresar de una vez por todas al complejo, la fila era sumamente larga y tuvieron que esperar mucho a pesar de que había tres personas vendiendo las entradas desde sus correspondientes taquillas. Al estar ya dentro del boliche, aquellos dos jóvenes quedaron sumamente boquiabiertos. El recinto era fascinante; ofrecía unos grandes efectos de luz, sonido digital de última generación y una gran e inmensa barra para sentarse a beber tragos. Claro que también podían bailar de la mejor forma posible debido a la tremenda magnitud que poseía la pista central para moverse.
Casi a las tres de la mañana, Richard se separó de Dorian, al parecer había tomado demasiado alcohol y tuvo que dirigirse con urgencia hasta los sanitarios. El mismo Dorian quedó solo por un rato, de espaldas a la barra y mirando de frente hacia la pista de baile. Comenzó a aburrirse de a poco, a tal punto que a cada rato observaba su reloj dando a entender que quería irse de allí. Su aburrimiento cesó cuando una bella mujer de cabello oscuro y lacio se acercó hasta él con mucho glamour y belleza. Además estaba vestida con una remera musculosa negra escotada y unos pantalones azules parecidos a un jean. Mientras pasaba su dedo índice derecho por sus labios pintados de color rojo carmesí le dijo a Dorian con dulzura:

_ Hola, lindo. ¿Cómo estás?, se te ve muy solito esta noche.

Dorian quedó sumamente atónito ante la reacción de esa hermosa señorita, de hecho comenzó a tartamudear ante la bella sonrisa de la chica. Con reiteraciones en el tono de su voz, Dorian dijo:

_ Hola, ¿Qué tal?, me…me llamo Dorian, es un gusto co… conocerte.

La jovencita sonrió al ver el tartamudeo y la timidez que Dorian padecía en ese instante, luego con más calma dijo:

_ Es un gusto, Dorian. Yo me llamo Esmeralda, eres un bombón. ¿Quieres qué te invite un trago?, si quieres…, así no conocemos mejor.

Dorian se sentía muy a gusto, hacía mucho tiempo que una chica no se le acercaba de esa manera y con esas intenciones. Tomaron un trago y luego siguieron hablando. Por otra parte, Richard seguía sin aparecer, pero Dorian tenía la mente demasiado ocupada para pensar en él. El hecho de que su amigo no fuera visto fue oportuno para que el propio Dorian aprovechara la oportunidad de conocer a Esmeralda y viceversa. Todo indicaba que se llevaban muy pero muy bien.
Eran casi las cinco de la mañana, durante casi dos horas aquellos dos espíritus llenos de juventud habían conversado y reído a lo loco. Esmeralda rompió la última capa de hielo, se acercó hasta Dorian y le pasó la lengua sobre la superficie externa de su oído derecho, y en voz suave casi en secreto dijo:

_ La verdad que me caes muy bien, de hecho quisiera ir a un lugar más privado e íntimo para conocernos mejor. ¡Me encantás!

Sin dudas de que Dorian no se esperaba eso, tenía dudas desde ya porque a lo mejor podría tratarse de una pequeña jugarreta para ser asaltado e incluso llegó a conjeturar que Esmeralda podría tratarse de una prostituta, aprovechando la oportunidad de sacar dinero mediante esos juegos de seducción. Sin pensarlo demasiadas veces, aceptó la oferta de Esmeralda y abandonaron el boliche de manera rápida. A la salida, Dorian le envió un mensaje de texto a Richard por medio de su teléfono celular para que sepa que iba a dejar el boliche. Acto seguido de ello, fueron hasta la parada del colectivo y allí no más bajo la luz de la luna en estado de cuarto menguante, comenzaron a besarse apasionadamente. Los ósculos siguieron, incluso arriba del transporte público, no les importaba en lo más mínimo que hubiera gente a su alrededor mientras ellos demostraban “afecto”.
Al cabo de unos minutos, bajaron del colectivo y dieron directamente contra la entrada principal de un albergue transitorio. Observando que Dorian no tenía ni un centavo partido al medio, situación que lo sonrojó debido a la vergüenza, Esmeralda aceptó gustosamente pagar por el servicio que les ofrecía el hotel.
Ya casi estaba amaneciendo cuando Dorian supo que había pasado una de las mejores noches de su vida, cuando se despidió de Esmeralda, fue directo y sin escalas hasta su propia casa. Ese día durmió durante toda la mañana hasta la tarde. Al despertar llamó a Richard y le contó lo sucedido con la joven muchacha. Por su parte el amigo le contó que recibió aquel mensaje de texto, pero no lo pudo responder debido a que estuvo mucho tiempo vomitando en los baños del boliche e incluso tuvo que permanecer la noche en un centro de salud cercano por problemas severos en el estómago. Con una gran euforia, Richard dijo:

_ ¡Viste!, ¡Valió la pena salir!, tu soledad se rompió por un momento.

Dorian se echó a reír al escuchar los halagos de su amigo, hablaron por un rato más y luego colgó el teléfono para seguir con sus cosas.
A la mañana siguiente; Dorian se despertó con una intensa fiebre, llamó a su trabajo para avisar que no iba a concurrir, también de hecho se ausentó a las clases de la universidad. Seguido de la fiebre le siguieron otros síntomas: el más frecuente fue el insomnio, no podía dormir bien por las noches, le costaba demasiado poder juntar los ojos y caer en el mundo de Morfeo. Su piel se notaba más pálida de lo normal, e incluso unas grandes ojeras negras surgieron por debajo de sus ojos verdes.
Durante toda la semana, Dorian se sintió muy enfermo y débil, un médico vino a visitarlo a domicilio y le recetó unos comprimidos, los tomó pero incluso así seguía mal. Un hecho muy particular ocurrió el día sábado, fue justo una semana después de haber ido al nuevo boliche. Dorian tomó el teléfono de su habitación y llamó a Richard, el cual acudió de inmediato hasta su casa. La madre de Dorian lo recibió con los brazos bien abiertos y le dijo:

_ ¡Richard, que bueno que estás aquí!, a lo mejor tu convences a Dorian de que salga de su cuarto, toda la semana estuvo enclaustrado ahí.

Richard fue de inmediato hasta la habitación de Dorian, abrió la puerta e ingresó velozmente en la alcoba de su amigo. Al estar dentro del aposento, notó que el espejo estaba dado vuelta, el vidrio daba contra la pared, al mismo tiempo el propio Richard se pegó un buen susto al ver el terrible aspecto que tenía su amigo. Nunca había visto nada igual, era una imagen tan lúgubre que cualquiera de corazón flojo hubiera muerto de un infarto, otra cosa que le llamó la atención fue esa enorme marca morada que Dorian traía en el cuello producto de aquella noche de placer. Unos pocos segundos después el espanto, el pavor y el mismo miedo se apoderaron completamente de Richard al ver el siguiente suceso particular: Dorian se acercó hasta el espejo y le sugirió a Richard que prestara suma atención. Al estar posicionado delante de la antiquísima reliquia, Dorian dio vuelta el vidrio del espejo, se posicionó frente al mismo y su amigo notó con suma claridad de que su fiel compañero ya no se veía reflejado en él.

FIN

A.H.E

Sin lugar a dudas que hoy en día, en este presente que nos toca vivir, podemos encontrarnos con cosas muy pero muy extrañas, para algunos pueden ser temáticas puramente sorprendentes y para otros no tanto. Muchos pueden preguntarse cuales pueden ser ese tipo de cuestiones, por ejemplo, nos puede sorprender el hecho de encontrar una billetera perdida por la calle. En segundo lugar, podemos vernos azotados por la sorpresa de encontrar a la persona que amamos en brazos de otra persona e inclusive besándose de manera apasionada provocando amor entre ellos, pero definitavamente, un vacío y una gran decepción en cada uno de nosotros, dando lugar tal vez, a un posible odio hacia esa cruel y desalmada persona que fue capaz de rompernos el corazón. En tercer lugar, muchos caen en la sorpresa sobre una temática muy particular, la cual es el sexo. Para algunos, la sexualidad es algo totalmente natural, a tal punto que pueden debatir sobre ella con suma franqueza y sinceridad. Claro está, y esto es axiomático que para otro tipo de personas, este tema es un tema tabú, puede dar cierto pudor e incluso timidez. A mucha gente le fascina el sexo y a otros no mucho que digamos.
Casi llegando al final del año 1989, sobre Buenos Aires, vivía una muchacha, llamada Ivana Iñiguez, dicha muchacha era jovencita, no llegaba a los veintitrés años de edad, era de estatura normal para una mujer, medía aproximadamente unos cientosesenta centímetros, su cabello, era de color oscuro, sus ojos verdes, tez trigueña y muy delgada. Ivana, se dedicaba al estudio de la floricultura, también como le gustaba mucho las temáticas relacionadas con la estética y los paisajes externos, se dedicaba a la fotografía. Era una chica sumamente afortunada, tenía la tremenda suerte de no tener que trabajar, ya que sus padres podían financiarle la carrera, o mejor dicho, las carreras que seguía. Ella, sólo tenía que poner su granito de arena para esforzarse en el arte.
El taller al cual asistía era sumamente pequeño, tanto en número de estudiantes como en el espacio en las amplitudes edilicias en las que cursaban, el aula, era un salón pequeño, tendría como mucho una superficie de cincuenta y seis metros cuadrados aproximadamente. El mismo, poseía pinturas enmarcadas a lo largo de las paredes, esculturas de arcilla y también fotografías de distintos paisajes mundiales como por ejemplo: el Coliseo romano, las pirámides de Gizeh, en Egipto, la torre de Tokyo y sin quedar rezagadas; la torre Eiffel y el Arco del Triunfo parisenses.
Todo estaba armado al gusto de cada estudiante y de sus respectivos profesores de clases, los cuales siempre mandaban investigaciones sobre paisajes mundiales y sobre maestros del arte estético, como Monet, Dalí y Picasso.
Los alumnos que cursaban eran pocos, quizás como máximo se podían contabilizar una docena o una quincena de personas. En el fondo del salón, muy aislado de todos, se sentaba un chico, de unos dieciocho años de edad, recién ingresante en 1989, era un muchacho extranjero, su familia se había mudado desde la ciudad italiana de Nápoles, debido a que él y sus padres eran los únicos que residían en Italia, el restante linaje permanecía inmóvil en territorio argentino, de modo que, para estar todos afianzados, aquella familia trajo consigo su esencia hasta Sudámerica. El muchacho italiano, era conocido bajo el nombre de Paolo Zambranni, era tímido y muy cerrado en cuanto al trato con otras personas. Vivía bajo su propio mundo, a tal punto que le gustaban cosas tremendamente “anormales” para el resto de la gente, en cuanto a la música, literatura y aficiones. A pesar de que el muchacho era oriundo del “país de la bota”, hablaba muy bien el español.
En tanto, siempre los alumnos del curso se acercaban a hablarle, pero por H o por V, Paolo siempre los rechazaba, no quería saber absolutamente nada con nadie. Muchos pensaban que quizás, sea un método para hacerse notar, o a lo mejor pasaba por algún problema psicológico desconocido para ellos. Siempre estaba serio, y con la perdiz baja, únicamente levantaba la cabeza cuando los profesores escribían en el pizarrón o explicaban conceptos oralmente.
Ivana, en tanto, siempre observaba a Paolo, le intrigaba saber que escondía ese extraño chico, quería averiguar porque estaba siempre con la perdiz baja y con sentimientos tan lúgubres, ella siempre se distraía por observarlo. Pensando y pensando sobre este tema, decidió hablarle al final de la clase, se acercó hasta Paolo y le dijo:

_ Hola Paolo, ¿Cómo estás?

Paolo la miró antentamente, quedó un tanto impresionado por los hermosos ojos de Ivana. Parpadeando rápidamente dijo titubeando:

_ Hola… hola, ¿Cómo… como estás?

Ivana se echó a reir un poquito por los nervios de Paolo, él, en tanto, estaba serio y un poco observador, hasta que la propia Ivana rompió el hielo con una pregunta:

_ Paolo, dime algo, quiero saber una cosa que me intriga, no solo a mí, sino a muchos de tus compañeros, ¿Por qué siempre te aislas?, nunca te juntas con nadie, eres muy solitario.

El muchacho italiano la miró a los ojos y le dijo:

_ Lo que pasa es que a decir verdad, me considero extraño, creo que no pertenezco a este mundo, siempre me costó relacionarme con la gente, parezco un autista, pero no, no se bien que es, ni siquiera los psicólogos saben que me pasa.

Ivana quedó desconcertada, era algo tremendamente extraño lo que oía, por momentos, ella sentía que Paolo ponía pretextos para rechazar su acercamiento, pero por otro lado, había cierto criterio de credibilidad en sus palabras. En medio de una cierta confusión, ella por último dijo:

_ Esta bien, Paolo. No te preocupes, si necesitas algo puedes contar conmigo, mi nombre es Ivana.

Paolo asintió con su pequeña cabeza, y al instante dejó el aula para irse a un rumbo distinto, desconocido para Ivana. Ella lo vio irse portando su mochila hacia el exterior del recinto.
Durante el almuerzo, Ivana se juntaba con unas compañeras para comer e increiblemente ella lo único que hacía era hablar sobre aquel muchacho de origen italiano. Las amigas, en tanto, le jugaban unas bromas, argumentando de que ella gustaba de él. Ivana desde ya que lo negaba, pero a la hora de hablar en serio, las amigas concordaban con ella en que Paolo era un tipo sumamente extraño, llegaron a opinar algo sumamente extremo, lo cual hacía referencia a las pocas ganas de vivir del chico europeo. Cada tanto lo observaban, él se ubicaba siempre en una esquina sobre un pilar con un estilo arquitectónico jónico. Sólo, comiendo un sandwich de jamón y queso acompañádolo con una gaseosa de naranja. Las amigas le decían a Ivana:

_¿ Porque no vas a hablarle, a lo mejor le guste estar en tu compañía?

Ella les había dicho que él fue un poco cortante en el salón, así que no valía la pena ir y perder el tiempo en cuestiones triviales. Sin embargo, sus amigas le insistían, ya que no tenía absolutamente nada, pero nada que perder, al contrario a lo mejor detrás de esa coraza, se escondía la figura de un muy buen chico y ser humano, tan lindo como las rosas en los campos primaverales. Ivana no dejaba de mirarlo, a tal punto en que se levantó del suelo y sus pies se dirigieron directamente hasta el punto donde permanecía la figura del muchacho italiano.
En menos de lo que canta un gallo, Ivana ya estaba al lado de Paolo. Se sentó junto a él y nuevamente lo saludo dándole un beso en la mejilla, el chico hizo lo mismo pero con un poco de nervios. Ella le comentó que había un capítulo de los apuntes que no entendía, y amablemente solicitó la ayuda de Paolo. El muchacho, era un tanto listo, intuía plenamente que todo podía ser un engaño, como si ella de algún modo, pudiera jugarle una broma muy pesada, por lo cual sus impulsos se veían retenidos. Exceptuando cualquier tipo de prejuicios, Paolo aceptó ayudar a Ivana, la cual se puso sumamente contenta por ello, él seguía como si nada, sin emanar una sola sonrisa de su extraño rostro. Notando esto, Ivana le preguntó:

_ ¿Por qué nunca sonríes Paolo?, es muy lindo sonreir, llena tu alma de alegría.

Estando callado durante unos segundos dijo:

_ Lo que pasa es que, no se como explicarlo, pero he tenido muchos malos augurios y nunca he podido sonreir, pero creo que al verte reir a ti, puedo contagiarme y sonreir algún día, quien sabe.

Ivana, notó un cierto progreso sobre Paolo, al menos ahora, sabía como hacer para hacerlo sonreir y que su alma deje de tener tantas amarguras, en tanto que Ivana comenzó a anotar algo en un papel y nuevamente dijo:

_ Mira, aquí tienes, este es el número de mi casa, llámame para concordar cuando podría ser el supuesto día que podamos estudiar, cuanto antes mejor, pero claro, no quiero incomodar ni perturbar tu tiempo tampoco, no sería justo eso tampoco.

Paolo, por fín pudo lanzar una sonrisa, y dijo en tono muy suave:

_ Muchas gracias, Ivana. Me agrada el hecho de saber que respetas a los demás, percibo en ti a una gran persona, muy agradable, muy pacífica, tranquila como el cielo y las estrellas.

Con el alma estupefacta, Ivana quedó impresionada, obviamente porque nunca pensó que el lúgubre Paolo Zambranni podría llegar a decir algo tan lindo como aquellas previas palabras. De modo que le agradeció y volvió junto a sus amigas, despidiéndose de él con un suave y cálido beso en la mejilla. En tanto, Paolo volvió a su estado deprimente de antes y acabó por comerse el sandwich y por no dejar ni una gota de la gaseosa de naranja. Posteriormente, arrojo los residuos al cesto. Ni bien terminó de almorzar, fue hasta los sanitarios para luego continuar con las clases de la tarde.
Previamente a que llegara el profesor, Ivana le ofreció a Paolo si quería sentarse junto a ella en la clase, él con un poco de temperamento y timidez aceptó, le costó ejecutar esta decisión, pero al fín y al cabo se tiró para el lado de la positividad. El muchacho abrió su mochila y sacó los apuntes, debido a una falla en su sistema nervioso, podría decirse a un acto reflejo, sacó de su cartera un cuaderno con unos dibujos increiblemente impresionantes, un tanto extraños, pero muy originales, como por ejemplo, la forma de una nave espacial circular, unos seres casi humanos con manchas verdes en el cuerpo y también un tipo de ciudad, con edificios y casas por doquier. Ivana se vio sumamente sorprendida, a tal punto que preguntó:

_ ¡Que lindos dibujos!. ¿Fuiste tu quién los dibujo?

Paolo mirando para otro lado dijo:

_ Si, así es. Pero por favor no me preguntes más sobre ellos, ni tampoco quiero que le cuentes a nadie sobre los mismos. Ya me consideran un “rarito”, si la gente se entera de estos dibujos, van a pensar cosas mucho peores de mi.

Ivana, al instante lo tomó del hombro y le dijo:

_ No te preocupes, Paolo. Mis labios están sellados, no se lo contaré a nadie.

Paolo le agradeció por el buen gesto, justo en ese momento ingresaba el profesor a la clase para comenzar a explicar las temáticas correspondientes. Dos horas después, la clase terminó, Paolo guardó sus libros en la mochila e Ivana hizo sumamente lo mismo. Sin decir nada más, el chico salió del curso muy rápido, casi tan veloz como las corridas en grandes distancias que emite el avestruz por la sabana africana. Ivana al ver que desapareció al instante, no pudo despedirse de él, dejando así aquel día, para reponer fuerzas y estar en la mejor forma para el día siguiente. Al salir del salón de clases, intentó buscar a Paolo por todas partes pero no tuvo éxito, sin embargo, él intuía que ella iría a buscarlo, se desconoce el porque, pero lo que si se sabía es que el joven italiano estaba escondido sobre una esquina, esperando a que Ivana abandone la universidad para poder irse tranquilo sin que nadie lo perturbe, pero al momento de salir, tuvo la mala suerte de que la propia Ivana lo encontró, y le dijo:

_ Paolo, te estaba esperando, ¿Dónde te habías metido?

Sintiéndose un poco presionado, le dijo:

_ Escucha, Ivana. No se que pasa, pero basta, no puedo ser otra persona, siento que intentas cambiarme y no quiero. Te pido un favor, no te lo tomes a mal, pero déjame en paz. Necesito estar solo, como siempre lo he estado.

Ella se sintió muy triste al escuchar sus palabras, de modo que dijo:

_ Está bien, Paolo, como tu quieras, yo solamente quería ser tu amiga, sabes. En ningún momento quise presionarte, pero si así te sientes es tu decisión, nos vemos mañana.

Sin que nadie se de cuenta, Paolo emitió unas lágrimas desde lo más profundo de sus ojos. Sólo él sabía el porque de su llanto y melancolía extrema. Refregándose los ojos con los dedos, se fue en dirección contraria a la de Ivana. Llegó hasta la parada del colectivo sobre la esquina de la facultad y se fue hasta su hogar. La propia Ivana, hizo lo mismo, pero ella abordaba una línea diferente a la del joven italiano. Durante el viaje, no podía dejar de pensar en él, sobre sus actitudes y el porque de tal atroz rechazo.
En mitad del viaje, Ivana sacó un libro de su mochila y se puso a leer para dejar de pensar un poco en Paolo y darle un respiro a su mente. A pesar de leer aquellos cuentos de terror que le fascinaban, no podía dejar de pensar en Paolo, no podía mantener su lectura acorde, su cerebro, su razón y su intriga predominaban ampliamente sobre ella, como si algo sobrenatural e invisible se apoderara de su forma. Mirando por la ventana, los árboles y demás no lograba quitar esa imagen de su cabeza.
Al bajar del colectivo, sacó las llaves de su casa de su cartera, la cual quedaba a una calle de allí. Ni bien llegó, abrió las puertas de su casa y fue directo a pegarse una agradable ducha. Posteriormente al baño, estudió un poco, y luego se fue a dormir, no tenía demasiado hambre. Durante la noche no pudo conciliar el sueño, no quería admitirlo pero no quedaba más remedio que aceptarlo, Ivana se había enganchado con Paolo, se consideraría exagerado si se dice que ella estaba enamorada de él, ella no sabía si era amor, pero si que se sentía atraída por el jovencito italiano.
Al día siguiente, Ivana tomó la decisión de llegar a lo más profundo de la personalidad de Paolo, a pesar de que había estado sólo un día con él, ella le había tomado el sumo afecto como para decir que le gustaba. Esperando con ansias a que llegara, el muchacho no aparecía, era como si se hiciera rogar ante las expectativas. De hecho, así se dieron las cosas, Paolo se ausentó aquel día e Ivana, no pudo decirle aquello que guardaba en su interior. Nuevamente, aquel día terminó, Ivana subió al colectivo y volvió a su casa por la tarde, casi al anochecer. Ni bien ingresó en su morada, el teléfono sonó, ella contesto al instante diciendo:

_ Hola, ¿Quién habla?

Una voz familiar se oyó, con un raro acento:

_ Hola, Ivana, ¿Cómo estás?, soy Paolo. Me preguntaba si me podrías decir hasta que temas vieron hoy en clase, no pude ir porque tuve que hacer una serie de trámites administrativos de mi visa.

Ivana le propuso a Paolo que vaya hasta su casa, le dio la dirección y demás de paso aprovecharía para aquel trabajo que le había propuesto en arte. El joven anotó el domicilio y le comunicó que pronto estaría en su casa. No fue hasta una hora después que el timbre de la residencia Iñiguez sonó. Ivana miró por la ventana y si, justamente era Paolo el que hizo sonar aquel artefacto eléctrico. Ella se acercó hasta la puerta y lo hizo pasar muy amablemente hasta su casa, como sus padres estaban en el comedor, fueron hasta su alcoba en el segundo piso de la casa para estudiar con más comodidad.
Paolo se sentía sumamente extraño, era la primera vez que iba a la casa de una chica, y le era difícil asumirlo. Ivana abrió la puerta de su pieza y al instante lo hizo pasar, se sentaron sobre su cama, mientras que Paolo sacaba los apuntes de su mochila, ella como era costumbre no podía dejar de mirarlo. No resistió más, con sus manos lo tomó de la nuca y al instante dejo sus labios estampados contra los del chico italiano, el cual desde ya, no entendía absolutamente nada, lo único que su cuerpo podía captar era que la propia Ivana besaba sus labios de una manera rara, por decir un tanto hostil, alocada e incluso apasionada. El beso fue corto, como máxima duración tuvo unos cuatro o cinco segundos, no más que eso. Paolo, sin embargo, quedó boquiabierto, e Ivana le dijo:

_ Perdón, pero no podía más, tenía que hacerlo, estos dos días he estado pensando en ti, Paolo. No puedo sacarte de mi cabeza, a tal punto que debo decir que me gustas.

Paolo, entró en una especie de estado de shock, su rostro estaba peor que antes, era como si le hubieran hecho una lobotomía como a Jack Nicholson, en la película “Atrapados sin salida”. Reaccionando a lo mejor fuera de su voluntad, Paolo le devolvió la gentileza a Ivana, esta vez fue él quién se animó a dar el gran salto. Tomó suavemente de los hombros a Ivana, luego la abrazó, y por último, estrechó sus labios junto a los de ella, ambos estaban con los ojos cerrados, disfrutando de una intensidad tan enérgica como los molinos de viento campestres. Claro que, no todo termino ahí, Ivana comenzó a sacarle lentamente la ropa a Paolo y viceversa, dando lugar a lo que era, una relación sexual inminente por parte de los dos. Antes que cualquier tipo de cosas, Ivana era sumamente cuidadosa en estos temas, por si las moscas, tenía profilácticos en su mesita de luz y pastillas anticonceptivas, también tenía las pastillas de emergencia, conocidas como A.H.E. Tomando todos los recaudos, aquellos dos espíritus jóvenes gozaron de la mejor manera uno de los actos tan naturales y tan hermosos que la vida podría ofrecerle a cualquier ser viviente, sea hombre, mujer o inclusive animal.
Pasaron unas dos horas, ambos estaban recostados sobre la cama de Ivana, Paolo sonreía, e Ivana, al verlo también emitía una risa. Paolo, le confesó que era la primera vez que tenía relaciones sexuales, con lo cual sus mejillas se pusieron un poco coloradas. Ivana, en tanto, lo abrazaba, lo acariciaba y le daba besos en sus pómulos, en tanto que, Paolo miraba hacia arriba. Así, estuvieron un buen rato, hasta que se vistieron y estudiaron un poco, como ya era un poco tarde, sigilosamente bajaron la escalera para no hacer ruido, con lo cual Paolo se dirigió hasta su respectivo hogar, despidiéndose de Ivana mediante un saludo que emitió con su mano derecha. Ella en tanto, sintió que su felicidad se veía complementada, sus intrigas, sus miedos y su atracción por él fueron esclarecidas.
Al día siguiente, a eso de las siete de la mañana, el despertador sonó, antes de desayunar, ella recordó que debía tomar la pastilla de A.H.E. por si las dudas, luego del desayuno, partió para la universidad. Luego de las clases, aprovechó a hablar con Paolo, el cual estaba sumamente feliz, inclusive, le contó lo que sucedió a sus amigas de almuerzo, las cuales quedaron sumamente impresionadas y desde ya, que siguieron haciéndole bromas pesadas a Ivana. Ella ahora si, se ponía colorada y no podía negar que se estaba enamorando lentamente de aquel joven italiano.
Las clases terminaron, Paolo le comunicó que era doloroso, pero que en los tres meses de vacaciones iría a Nápoles, desde ya que la extrañaría.
Ella se puso muy triste por tal noticia y rogaba que aquel trimestre pasara rápido para volver a verlo.
Ante esta situación, aprovecharon a pasar todo el tiempo que podían juntos, iban al cine, a cenar, a caminar y demás, Paolo encontró la felicidad que buscaba sobre Ivana Iñiguez y viceversa.
En enero de 1990, Paolo partió para Italia. Ivana comenzó a sentir una sensación un tanto extraña, según sus cálculos era hora de que venga su período, lo cual no ocurrió. Al ver que los días pasaban y pasaban, compró un test de embarazo en una farmacia y se lo hizo, para sorpresa de ella el mismo dio positivo, estaba embarazada de Paolo. Sin poder comunicarse con él, tuvo que acudir a sus padres, los cuales se enfurecieron de una manera atroz. Lo hecho, hecho está, el tiempo no puede volver atrás, un bebé se gestaba dentro de Ivana, la cual se cuidaba mucho, extrañamente era imposible que esta situación se diera, ellos se habían cuidado a la perfección, pero claro, los anticonceptivos no son 100 por ciento seguros, a veces pueden fallar, y esta vez le tocó ese mal augurio a la joven Ivana Iñiguez, que pronto cumpliría 23 años de edad.
Los tres meses pasaron volando, sin embargo, Paolo Zambranni no regresó de Italia ni tampoco a la facultad.
A los seis meses de gestación, los padres le pidieron un turno para hacerse una ecografía obstétrica, la cual diagnosticaría el estado del embrión. Un día viernes por la tarde, sobre el centro de diagnósticos por imágenes ubicado a una corta distancia de su hogar, Ivana se sometió al estudio. El doctor Andersen, fue quién hizo el diagnóstico, Ivana le consultó sobre el embarazo y dijo que estas cosas ocurren, a veces suele estar fallado el A.H.E., lo curioso fueron sus palabras al ver la ecografía:

_ El bebé está muy bien, es extraño pero no puedo apreciar muchos detalles, a esta altura debería saberse si es varón o nena, pero no puedo identificarlo, lo único que puedo ver son esas manchas, son como de un color verde, o al menos ese colorido podrían llegar a tener.

Ivana estaba recostada sobre la camilla y al instante su rostro se llenó de horror cuando recordó lo que Paolo le dijo una vez, también por la reminiscencia de aquellos dibujos de platos voladores y seres con escamas verdes y llegó a la terrorífica conclusión de que si su hijo poseía dichas escamas, Paolo Zambranni, donde sea que esté, tenía razón, él no pertenecía a este mundo.
FIN