martes, 2 de junio de 2009

EL DESPRECIADO ARTESANO

La vida, es una experiencia que transitamos, es el sendero por el cual los seres vivos, tanto personas, como animales, vegetales y minerales caminan día a día. Algunos de ellos permanecen inmóviles, como los dos últimos. En cambio, los animales y los seres humanos, necesitan otro tipo de cosas para mantenerse a pleno y equilibrarse día a día. Los pertenecientes a la fauna por ejemplo, necesitan cazar para poder alimentarse, así como también llenar los estómagos de los otros miembros de sus respectivas manadas. Por último, llegamos a los hombres y las mujeres, en la vida, día a día deben sobrevivir, ello se logra gracias al trabajo y a un buen estudio, de hecho también existe la posibilidad de que a alguien le toque nacer bajo la varita mágica de Dios y quizás lograr ganar la lotería o algún “jackpot” en el bingo o en el casino. Como dicha suerte no era apta para todos, no quedaba otro remedio más que ajustarse al empleo y al estudio. Este era el caso de una persona llamada Susana Hernández, una residente del área boreal de la provincia de Buenos Aires. Era una chica joven, tan sólo tenía unos veintisiete años de edad, cabello negro lacio y largo el cual llegaba hasta la cintura, ojos oscuros, de un color parecido al azabache, pero que no alcanzaba a tal magnitud en dicho colorido. Tez trigueña, y una contextura física delgada, era una dama sumamente atractiva, atraía a cualquier clase de hombres, sea cual fuere el gusto particular de cada uno de ellos.
Susana, se dedicaba al estudio, había comenzado a estudiar la carrera de abogacía, por otra parte, ella se destacaba como miembro de la policía científica del conurbano bonaerense. Todo el día andaba muy ocupada, a la hora en la que brillaba el sol, siempre y cuando no fuesen días nublados, ella iba a sus cursos en la facultad de derecho, ubicada geográficamente en la Capital Federal, un tanto lejos de su casa. Durante la noche, trabajaba en los peritajes para la propia policía, esto lo hacía la gran parte del año. Al estar tan atareada con tantas cosas, no disfrutaba de grandes cosas, no tenía novio y muy esporádicamente salía los fines de semana, debido a que a veces aprovechaba el sábado y el domingo para descansar.
Por la mañana, se duchaba, se vestía e iba directamente hasta la parada del colectivo, directo y sin escalas para la universidad, como era el viaje era un poco largo y tedioso, aprovechaba para leer cuentos de terror, los cuales le encantaba, en su momento estaba sumamente fanatizada con los relatos de Robert Bloch y de Howard Phillips Lovecraft. Siempre, daba la casualidad que encontraba un asiento individual para leer muy cómodamente, además de que siempre se sonrojaba ante la dulce mirada que emitían ciertos caballeros que viajaban junto a ella en el transporte público. Al bajar de aquel autobus, siempre estaban esos desubicados que le decían cualquier tipo de groserías, las cuales ella ignoraba con suma franqueza y negatividad, en ese momento siempre se acordaba de un dicho popular, el cual dice: “A palabras necias oídos sordos”. Su presencia impetuosa y femenina, hacía emanar ríos de saliva de la boca de cualquier hombre, además, siempre los conductores que iban por una de las tantas avenidas porteñas tocaban sus bocinas para llamarle la atención.
Las clases en la facultad eran un poco aburridas, como era obvio se tocaban temas relacionados con las leyes, la constitución nacional, y todo ese tipo de temáticas. A tal punto que más de un alumno se quedaba dormido, debido a los sermones que daba el respectivo profesor a cargo de la clase. Como cada quién era responsable de sus propias actitudes, el maestro seguía su curso normal de la clase, sin darle importancia a los que iban a deambular en el mundo onírico a través de sus pupitres.
A la hora del almuerzo, era la hora de irse de nuevo para su hogar, Susana viajaba a la vuelta con unos compañeros, los cuales se bajaban en distintas localidades de Buenos Aires, ella era la última en descender, ya que era la persona que moraba más lejos entre su pequeño grupo de amigos universitarios. Durante el viaje en colectivo, sus amigos hablaban de cualquier tema en particular, inclusive le preguntaron a Susana si nunca había oído hablar sobre un personaje perteneciente a una clase de mito urbano, el nombre de aquella figura correspondía al nombre de Benjamín Izquierdo, era un hombre sumamente feo, al parecer se creía que practicaba alguna que otra clase de brujerías, los cuales traían ciertos enigmas de alquimia. Algunos locos argumentan y piensan que ese hombre, tenía unos trescientos años de edad, pero mantenía su figura a una vejez respectivamente igual a la de un tipo de setenta u ochenta años de vida. Debido a su fealdad, la gente lo despreciaba de manera hostil. Sus amigos, le comentaron que aquel anciano residía en las cercanías de su casa, pero que al parecer nadie lo vio en la vida.
Al oir esto, Susana se reía a la par de sus compañeros. Parecía un relato que se les contaba a los chicos, ella les hizo saber que siempre vivió en su misma casa, y que nunca había sentido jamás nombrar ni ver a aquel brujo o alquimista. Un rato después, ya todos sus compañeros de clase habían descendido del colectivo, como todavía faltaba mucho para que ella llegue a su destino se puso a leer nuevamente los relatos cortos de Lovecraft, hasta que unos cuarenta minutos después, se bajó del colectivo para ir a su casa.
Al caminar por las calles aledañas de su barrio, varios vecinos del vecindario estaban reunidos, todos asentados en masa, y al parecer, discutiendo sobre algo anormal, ella se acercó y le preguntó a una señora de que se trataba todo esto. Al parecer, encontraron a un joven muchacho, temblando, sentando en posición fetal, con los ojos bien abiertos, repitiendo una y otra vez sin parar: “por Dios santo”, cada vez se volvía más y más pálido. Los linderos, creían que habría sido víctima de una especie de ataque por alguien, pero su cuerpo no mostraba señas de ninguna clase de herida o rasguño. Al estar tan alterado, fue trasladado a un centro de salud en el interior de una ambulancia que llegó a los pocos minutos. Ni bien partió aquel vehículo destinado para los servicios de salud, la muchedumbre se disipó rápidamente. Susana, fue la última en desplazar sus pies para abandonar aquel lugar. Mientras caminaba a su cercana casa, sobre una esquina vio una luz sumamente brillosa, como los resplandores lumínicos que nos brinda el sol. Intrigada, decidió ir hasta allí, al llegar a aquella esquina, la luz desapareció dando lugar a una confusión que luego se vio neutralizada, ya que, dicho resplandor nuevamente apareció un poco más a la distancia, sobre una vieja casa abandonada. A pesar de que la repulsión y el asco invadieron su interior, ella se acercó hasta allí, estaba posicionada sobre una vieja casilla en ruinas hecha de madera, pero sus cimientos estaban arruinados, la madera estaba carcomida debido a las lluvias, y unas chapas metálicas sobre el techo, todas oxidadas por el paso del tiempo. Como nadie moraba allí, Susana se adentró en aquel recinto, pasando en primer lugar por un terreno baldío, luego, llegó hasta la entrada principal de la vivienda, la cual no tenía puerta y estaba al descubierto para cualquier persona que sienta los deseos y las ansias de ingresar por allí. De modo que la propia señorita Hernández, impulsada por su intriga, entró por allí, la luz ya no se vía, había desaparecido. Con su cabeza mirando para todos lados, se impresionó por ver esa casa toda destruída, sin nada, ni siquiera el más mínimo de los recuerdos, fotografía o algo similar para almacenar en las profundidades de las mentes humanas. Sin nada más que hacer allí, Susana tomó la decisión de abandonar la vieja vivienda, todo indica que fue víctima de una alucinación o algún desengaño del sistema nervioso. Antes de que su cuerpo estuviera en las afueras de la casa, la luz volvió a aparecer, siguiendo su rastro, ella dio con otra parte de la vivienda abandonada, este lugar se ubicaba en la parte trasera. Caminando, se topó con una piedra muy pesada sobre el césped, la cual le fue muy difícil de mover, pero pudo conseguirlo gracias a todas sus fuerzas, al destapar la grán incógnita que ocultaba la piedra, la propia señorita Hernández se sorprendió, notó que sobre el piso del verde césped yacía un agujero con una pequeña escalera manual que daba hacia un tipo de catacumba o cripta subterránea.
Dando una tregua de alivio corporal a sus brazos, tomó un poco de aire, ¿debería descender por aquel hoyo descubierto?, ella tenía sus dudas, los nervios y la curiosidad la atormentaban, como por supuesto, también un miedo aterrador e indescifrable. Se dijo así misma que ya había llegado hasta este lugar, por ende, decidió abrirse paso hasta el inferior del agujero, agarrándose bien fuerte de la escalera manual, posicionando primero las manos y luego los pies. Comenzó a descender con suma cautela por miedo a resbalar y llevarse como premio un gran y feo traumatismo en alguna zona de su pequeño y delgado cuerpo. Caminando de a poco, notó que estaba en un pasillo corto, con luces en sus costados y en la parte superior del mismo. Sus piernas temblaban a tal modo que le costaba permanecer en un ciento por ciento en pie, tambaleaba cada vez que daba uno o dos pasos hacia delante. Escuchó una serie de sonidos, los cuales la hicieron asustarse un poco, uno de aquellos ruidos la hizo sobresaltar, ya que oyó como alguien, abría una puerta que estaba a lo lejos, pero a la vez cerca de Susana. La propia señorita Hernández corrió alterada por miedo a encontrarse con alguien, de modo que se echó a correr y rápidamente subió por la escalera manual y al llegar a la superficie tapó el agujero nuevamente con la roca. Calmando un poco su espíritu, se fue corriendo de allí, directo hasta su casa.
La señora Hernández, madre de Susana, la vio muy alterada, le preguntó que había pasado, pero ella sin dar muchas explicaciones se dirigió hasta su habitación, prendió la vieja computadora que tenía y al instante se conectó a internet. Por su mente pasó aquella historia que le habían narrado sus amigos, la de Benjamín Izquierdo, por lo cual se puso a investigar sobre él. Sentada sobre su cómoda silla de estudio, sus ojos se vieron sorprendidos por la cantidad de información que leían, este hombre, había nacido aproximadamente en 1750, y fue uno de los tantos criollos que tuvo la nación por esos años, trabajó como artesano durante su madurez, confeccionaba artesanías e inclusive su pasión por el arte era tal que fabricaba armas, sillas de montar y vestimenta de cuero. Resumiendo un poco, no se sabía bien como había muerto, nunca encontraron el cuerpo, ni rastros de cenizas ni de su esqueleto. Según algunas fuentes, fue hallado sin vida sobre la región española de Asturias, pero esto desde ya que era una magna duda antes que una certera realidad. El dato que le llamó la atención a la señorita Hernández fue que efectivamente, sus amigos tenían razón, aquel hombre llamado Benjamín Izquierdo vivió muy cerca de su casa. Estas fuentes cibernéticas, no especificaban de ningún modo datos reales, todo estaba caratulado como un simple “mito urbano porteño”, por lo cual, cualquier ser viviente debería despreocuparse por la existencia de un personaje con estas características. Luego de su investigación, Susana apagó la computadora, se dio una ducha y almorzó. Durante la tarde, estudió un poco sobre sus clases de derecho y durmió una efímera siesta para recuperar un poco de energía, pensando y pensando sobre aquel pasaje subterráneo detrás de esa gran roca. Al despertar, se alistó para ir hasta su trabajo en la policía. Se despidió de sus padres y salió rápido, como alma que se lleva el diablo. Haciéndose un cierto tiempo, volvió hasta la vivienda abandonada, hasta la gran roca. Esta vez lo que encontró fue una caja un poco grande, envuelta en modo de regalo con un lindo papel de forrar e inclusive un gran moño de color rojo carmesí. Como no era de su propiedad, Susana se veía en la duda de llevarse el regalo, ilusamente, lo tomó y sin que nadie la viera se alejó de allí, hasta la parada del colectivo, el cual la depositaría sobre su trabajo.
Durante esa noche, notó con sumas ganas aquel paquete, el cual estaba sellado y era dificultoso abrirlo con los dedos desnudos, no quedaba remedio más remedio que forzarlo con alguna herramienta, la cual Susana no poseía en aquel momento, por lo cual su mente se volcó pura y exclusivamente al trabajo. Su jefe, le comunicó que al día siguiente irían hasta el lugar donde un accidente había dado lugar unos días antes sobre el sur del conurbano bonaerense. Ella aceptó de la mejor manera, de todos modos, era su trabajo y no le quedaba otro remedio que dar el sí ante ese petitorio. Bebiendo café, realizando sus respectivas tareas y mirando sin cesar ese paquete, aquella noche laboral murió en la medida que los rayos solares caían sobre el ambiente de la mañana.
El alba se hizo notar, era hora de que Susana deje su trabajo para volver a casa, ese día por suerte no tenía clases en la facultad, por lo cual, abordó el colectivo con el paquete en sus manos, y al llegar a casa, le pidió a su papá unas herramientas para abrirlo. Su padre buscó en una vieja caja y le cedió un martillo un tanto pesado, con el cual haciendo palanca, ella pudo de una vez por todas abrir el dichoso y gran envoltorio. Al abrirlo, se sorprendió un poco, ya que el obsequio contenía un chaleco antibalas, era como si el destino le regalase algo relacionado con su trabajo. Decidió probárselo, aquella armadura protectora le encajaba perfecto en su abdomen, por lo cual decidió dejárselo puesto para ir a donde la había citado el jefe.
En aquel lugar, ubicado en la zona austral bonaerense se llevaba a cabo un peritaje, se juntaban pistas sobre el asesinato de una chica adolescente. La tarde estaba calma, mansa como un gatito, hasta que de pronto, desde lo lejos se oyó el disparo de un arma de fuego, el cual dio de lleno sobre el pecho de Susana, haciéndola caer al piso. Los uniformados se alertaron por tal situación, tomaron posiciones, y al ver que había una serie de delincuentes a lo lejos respondieron con hostilidad, se llevó a cabo un enfrentamiento, en el cual los maleantes fueron abatidos, uno mediante un disparo en la cabeza, y otro, quién fue el que ejecutó el primer balazo hacia Susana, falleció mediante el impacto de cinco tiros en su estómago. Ambos sospechosos, no poseían armas de fuego comunes.
El jefe de las operaciones, de inmediato llamó a una ambulancia, indignado por tal horror al ver a Susana Hernández tirada allí sobre el duro pavimento. Después de unos cinco o seis minutos, ella se despertó increíblemente, a tal modo que sus colegas quedaron plagados en la quietud. Luego de despertar, se incorporó como si nada le hubiera pasado, el líder de las operaciones policiales le dijo:

_ ¡No lo entiendo!, esa bala debería haberte matado, no era una bala ordinaria, estos chalecos no resisten impactos de proyectiles balísticos como este, ¡Es increíble!.

Susana, tampoco entendía mucho sobre el tema, pero estaba agradecida a Dios por estar viva e ilesa. Al dar el primer paso luego de ponerse de pie, una carta misteriosa cayó desde su chaleco antibalas encontrado en la casa abandonada, de modo que recogió el sobre y lo abrió, lo que alcanzó a leer fue lo siguiente:

“Querida y estimada Susana Hernández, te dejo aquí un pequeño presente de mi parte, he sabido bien que tu trabajas para la policia, por ende, este regalo irá bien a tus necesidades, espero que te guste y que puedas utilizarlo al máximo. Quise regalarte esto debido a que fuiste y eres la primera persona que ha vuelto a visitarme a pesar de haber sufrido un pavoroso miedo. Nadie, excepto tu, ha vuelto a mi morada, y los pocos que me vieron huyeron aterrados, como si hubieran visto un espectro o incluso un monstruo, tu no me viste desde ya, pero venciste tus miedos internos y es por ello nuevamente, que quiero obsequiarte esta armadura especial. Sin más nada para decir, me despido de ti con un gran cariño.
Tu eterno amigo.
Benjamín Izquierdo, “el despreciado artesano”.
FIN

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