martes, 2 de junio de 2009

EL ANTIGUO RELICARIO

Anacleta Torrente, una señora de avanzada edad, estaba desayunando mansamente, su cóctel matutino se basaba en te y galletitas de agua, las cuales untaba con mermelada y dulce de leche, junto a sus pies, posaba su pequeño gato, llamado Fito, el cual bebía unos cuantos tragos de leche descremada, el animalito, era el fiel amigo de la solitaria viejecilla.
A pesar de la vejez, la señora Torrente poseía una vitalidad tan grande como el Coliseo Romano o los jardines de Babilonia, incluso a lo mejor, su capacidad podría ser la envidia de cualquier persona, sea joven o mayor. La anciana no requería de ningún tipo de bastón, ni mucho menos de una silla de ruedas para desplazarse.
Más allá de cualquier tipo de hipótesis, había un joven encargado de cuidar a Anacleta, su nombre correspondía a Nicolás Buendía, un muchacho de pocos recursos, normal como todos, tenía tan solo veinte años de edad, pese a su juventud, le encantaba el hecho de dedicarse plenamente al cuidado de las personas longevas, a tal punto que en el pueblo donde residía, eran sumamente notorias las recomendaciones y los elogios sobre el joven Buendía. Su responsabilidad brillaba como las estrellas en el cielo nocturno despejado. Nicolás sentía un poco de nervios, ya que siempre le ocurría lo mismo cada vez que cuidaba a una nueva persona por primera vez.
Muy cerca de las nueve y media de la mañana, Nicolás estaba parado frente a la gran casa de la misma Anacleta Torrente. La magnitud de aquella vivienda era sumamente apreciada. La fachada estaba pintada de color ocre, a unos seis o siete metros de altura yacían clavadas firmemente las tejas del ático, pintadas de un color rojo, casí o muy similar al carmesí. En la parte trasera había un gran fondo, y en el final del mismo una especie de buhardilla para guardar objetos y recuerdos viejos, parecido a lo que uno almacena en el sótano. Sin lugar a dudas que la residencia de la viejecita, era un poco extraña, según se comenta, esta vivienda fue construida en el año 1855 aproximadamente, por lo cual su antigüedad iba más alla del siglo y medio.
La señora torrente abrió la puerta e hizo pasar al joven Buendía. Se dirigieron hasta la cocina para sentarse a desayunar, a pesar de que ella ya había consumido una infusión previamente. Nicolás la observaba con suma tranquilidad, por otra parte, la viejita ponía azúcar y yerba sobre la mesa para ir preparando el mate, luego se sentó junto a él y comenzó a hablarle.

_ Nicolás, veo que eres tu quién ha venido a cuidarme, nadie de mi familia puede hacerlo, no estoy despreciando tu labor ni mucho menos, pero es penoso saber que nadie quiere o puede cuidarme, al llegar a esta edad soy una gran molestia.

Nicolás con un poco de sorpresa respondió:

_ No, abuela, no diga eso, peor sería que se la pase sola todo el tiempo, imagínese si le llegara a pasar algo, ahora usted está bajo mi responsabilidad, quédese tranquila.

La señora le agradeció al joven por aquel gesto de amabilidad y nuevamente tomó la palabra:

_ Ya que veo que tienes buenas intenciones conmigo, te contaré una pequeña historia, tendrías el privilegio de ser el primer ser humano que oiga esta narración, nunca se la he contado a nadie, ¿Te gustaría oirla?

Nicolás argumentaba que le encantaban los relatos, así que sin perder ni un segundo más de tiempo, la misma Anacleta comenzó a hablar, antes de ello, tomó un mate.

_ La historia que te voy a narrar, Nicolás, dio origen hace unos ochenta años, cerca o un poco antes de 1929, por ese entonces las cosas eran sumamente distintas a como las vemos hoy, el país y el mundo atravesaban una gran crisis económica, la bolsa de comercio neoyorquina había caido desconsiderablemente y nadie, o mejor dicho, casi nadie la pasaba bien. Más allá de todos esos males monetarios, sobre este pueblo, una jovencita de unos veinte años de edad estaba enamorada de un joven muchacho llamado Aníbal Centenar, un novato muy distinguido sobre las temáticas en relación a la matemática y a los negocios financieros.
Los padres de esta chica, Nicolás, eran un poco estrictos, no la dejaban que deambulara con personas del sexo opuesto, sin embargo, ella y Aníbal se veían en secreto. Ella era muy feliz cuando estaba con él y viceversa por supuesto. La felicidad era tan bella que inclusive una noche hicieron el amor bajo la luz de la luna menguante, por sus cuerpos corría una pasión tan grande que inclusive la misma Afrodita no podría emanar.
La chica a la cual me refiero, era hija única, sólo vivía con sus padres y nadie mas. Una noche algo sumamente extraño ocurrió, espero que no te asustes por lo que voy a decirte. El padre de esta muchacha, notó que en su cuello tenía una marca de color morada, tu sabes me refiero al color violeta de las uvas. Al preguntarle sobre dicha mancha, la chica trató de sacar a la luz una mentira, pero como bien sabes, la mentira tiene patas cortas, de modo que, al enterarse de ese encuentro amoroso con Aníbal, el padre de la jovencita enfureció, se sulfuró demasiado, tanto que parecía una caldera a punto de explotar. La madre, salió en defensa de la chica, argumentando que era grande como para incursionar en esas temáticas amorosas, sin embargo, la furia de su padre era tan extrema, tan hostil, que de un golpe con una sartén mató a la madre instantáneamente. Sin detenerse allí, le dio una tremenda golpiza a la hija, pateándola desde el piso, la trataba de prostituta y de zorra, mientras que en tanto, ella sangraba por la boca debido a los golpes que recibía su pequeño abdomen.
Aníbal, preocupado por ella, la encontró inconsciente a la mañana siguiente junto al cadáver de su madre. Impresionado por tal horror, cargó a la chica sobre sus hombros y se la llevó hasta su propia casa. Durante la tarde, ellá despertó y le hizo saber al propio señor Centenar las atrocidades que cometió su padre. Debido a dicha declaración, fue a hacer la denuncia correspondiente a la policia. Increiblemente, la chica nunca más supo sobre el paradero de su cruel y sanguinario padre, al parecer, un hombre de similares características murió en una prisión ubicada en la provincia de Jujuy en el año 1947, las causas de la muerte en ese momento eran desconocidas, pero no me queda la menor duda que a ese mal parido lo violaron en su claustro. Sin más nada que pensar, Aníbal y aquella doncella, comenzaron a vivir una nueva vida.
No recuerdo bien, pero uno de los tantos días que tuvo el año 1929, Aníbal le había regalado un relicario a la chica, según él, lo encontró sobre uno de los bolsillos de la vestimenta de su difunta madre. La chica, por su parte, argumentaba que nunca había visto aquella pequeña reliquia circular pintada de un color similar al oro. Se juró así misma que guardaría aquel medallón como un grato recuerdo de su madre. Dicha joya, fue guardada sobre uno de los tantos muebles de madera de la residencia de Aníbal para que no se pierda jamás.
En el més de mayo de 1929, la chica se enteró de que estaba embarazada, aproximadamente su embrión llevaba unos tres meses de gestación. Conforme pasó el tiempo, la doncella dio a luz a un hermoso bebe, el cual fue bautizado con el nombre de Cristóbal. Al año siguiente, la muchacha, se vio envuelta en otro hecho desafortunado, hacía poco tiempo había perdido a su madre, ahora le tocó perder a su marido. Aníbal tomó la fétida decisión de quitarse la vida fabricando una horca casera, todo gracias a que el famoso “crack” de 1929 arruinó sus empresas, las mismas quebraron, y al verse en la bancarrota ya no quiso vivir. La joven, estaba pendiendo de un hilo, no tenía trabajo y para colmo, tenía que hacerse cargo de su precioso neonato.
Durante un cierto tiempo, pudo subsistir gracias a algunos bienes que quedaron de Aníbal, no por mucho aguantó, Nicolás, el máximo declive lo tuvo en el año 1932 cuando decidió vender el relicario para obtener algo de dinero. Una mañana, la chica fue hasta un negocio donde empeñaban objetos viejos, el vendedor de aquella tienda se quedó sumamente asombrado por la preciosidad del medallón, el comerciante era muy supersticioso, le mencionaba a la chica que no lo vendiera, traía buena suerte e incluso una sorpresa sobrenatural. Desde ya que la jovencita no creía una sola palabra, y le insistió nuevamente al vendedor para que adquiriera el medallón, sin embargo, este se negaba ante la postura de comprarlo.
Te diré, Nicolás, que ese vendedor estaba en lo cierto, a la chica le fue muy bien, pudo salir adelante frente a la crisis, su bebe creció a medida que pasaban los años, también se educó y formó su propia familia. Claro, esto fue difícil, pero pudo hacerlo, dudo que haya sido en parte al medallón, pero para los que creen en esas cosas es mejor que piensen en positivo con respecto a la reliquia.

Nicolás interrumpió el relato justo en ese momento diciendo:

_ ¡Un momento!, ¿No me diga que usted era esa jovencita?

La señora Torrente, lo miró y dijo sonriendo:

_ Veo que eres un joven muy inteligente y observador. Ahora debo terminar de contarte la historia.
Verás, Cristóbal, mi hijo, murió hace poco. Tenía casi ochenta años de edad, y un terrible aneurisma cerebral se llevó su vida. Como seguro sabrás, dentro de poco cumpliré ya un siglo de vida, observa también que en esa vitrina esta guardado el antiguo relicario de mi madre, después de ochenta largos años espero a que ese “algo” ocurra, pero por ahora seguiré esperando mientras viva.

Pasaron unas horas, era casi la hora de almorzar, Nicolás le dijo a Anacleta que a la tarde volvería, ella debido a un acto reflejo tomó el relicario de la vitrina y acompañó al joven hasta la puerta de la casa. Al salir, vieron a un hombre de aspecto rudimentario, su esencia era sumamente rara, no era como la de los humanos, conforme a esto el antiguo relicario comenzó a emitir una luz de color verde claro, mientras que la señora Torrente mencionó:

_ Ahora sí, Nicolás. Puedo decir que aquel milagro que mencionó el comerciante con respecto al medallón está cumplido. El hombre, o mejor dicho aquella silueta espectral que viene cruzando la calle, es nada más ni nada menos que mi amado Anibal Centenar.

FIN

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